jueves, 1 de octubre de 2015

¿MUJERES?


La antropología cristiana resalta la igualdad dignidad entre el varón y la mujer, dado que fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1, 26). Jesús no sé olvidó nunca esto, y a pesar que vivió en una cultura machista no se dejó atrapar por ella con respecto al trato que hacían con los últimos. “En una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible”[1] como lo atestiguan los textos evangélicos: Jn 4,27; 8, 1-11; Lc 7, 36-50; 8, 1-3; Mc 5, 25-34; Mt 28; 9-10, Gal 3, 27-29

Para Jesús, Dios no es el garante del orden vigente, sino el que abre el horizonte de un mundo radicalmente diferente. La categoría de Dios se afirma históricamente como hermandad, que invierte las categorías de honor y de vergüenza, porque pone en el centro a los marginados y a los pobres”[2]. Jesús encarnó esta opción y expresó la cercanía de Dios como “una experiencia de misericordia, que ve al mundo a partir de las víctimas y de los marginados. Junto con los pobres, enfermos y niños, las mujeres forman parte del grupo de los últimos e insignificantes para sociedad (Lc7; Mc 5,25-34; Jn 8,1-11)

Tanto el libro de los Hechos de los Apóstoles como las auténticas cartas de san Pablo: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón, nos ofrecen el testimonio de mujeres reales que, sin  duda, fueron muy reconocidas en sus grupos locales y ejercieron en ellas funciones de liderazgo para la colaboración con la misión. Elisa Estévez nos dice que: “El hecho de que la misión paulina fuera concebida desde el principio como una tarea colectiva favoreció la incorporación activa e igualitaria de mujeres en creación, animación y dirigencia de las comunidades en misión que fueron naciendo y consolidándose en el mediterráneo antiguo”[3].


El papel del la mujer en el cristianismo primitivo fue de vital importancia para la misión, para la predicación, y la fundación de nuevas comunidades, así como para la buena administración y la atención a los más necesitados[4], apostolado que se llevaba a cabo en las casas. La inclusión de la mujer en esta Iglesia carismática fue siempre fiel al actuar de Jesús, pues Él en el Evangelio de Lucas vemos cómo María, llamada Magdalena[5], Juana, mujer de Cusa, Susana y otras muchas[6] le acompañaban mientras subía a Jerusalén curando y sanando. Una presencia permanente hasta la cruz.

Estas mujeres de la primera comunidad, eran mujeres del pueblo y para el pueblo, lamentablemente a medida que va pasando el tiempo y el evangelio se va inculturizando, la mujer se va quedando relegada de los grandes oficios que tenía en las diversas comunidades primitivas, de esta manera, pues, va a primar más el paso cultural que el mensaje cristiano de igualdad, participación y colaboración en la misión evangelizadora de la Iglesia. Por eso, la participación y liderazgo de la mujer en esta primera etapa del cristianismo es mucho más importante de lo que ha sido su actuación en la Iglesia accidental de los últimos siglos.

 Hoy nuevos vientos de cambio respecto a la participación y liderazgo de la mujer en la Iglesia empiezan a soplar, sin embargo, aún falta llegar a las metas de la Iglesia primitiva. Estos nuevos vientos soplaron con más fuerza por la década de los sesenta y setenta con el movimiento feminista que, dentro del ámbito eclesial representó “una oportunidad para profundizar en la novedad del Reino de Dios y sus exigencias de hermandad y de superación de discriminaciones. Es una tarea que reclama discernimiento riguroso, pero también valentía y sinceridad”[7].

En el ámbito social, el feminismo significó la irrupción de la mujer en la esfera pública, llamando la atención sobre una situación de injusticia y marginación y promocionando sus propios derechos. “En la Iglesia este movimiento se traduce en la reivindicación del derecho al sacerdocio para la mujer, porque en el ámbito eclesial las funciones públicas se han vinculado al sacramento del orden”[8]. Esto, pues, para la Iglesia hoy en día es una situación clave, “en la que se juega su relación con el mundo y la forma de entender su fidelidad al evangelio. Si no se dan cambios profundos y rápidos el abismo con la nuevas generaciones de mujeres amenaza convertirse en insalvable”[9].

Jesús, hijo de su tiempo, fue consciente de la realidad en que vivía la mujer en la sociedad mediterránea, por eso cambió el orden vigente de la sociedad y propuso no una comunidad patriarcal, sino una comunidad de hermandad (cf. Mt 23, 8-9). En este sentido, la comunidad de Jesús es una comunidad de hermanos y de hermanas en igualdad (cf. Mc 3, 34-35) donde el mayor tiene que ser servidor de los demás (Mc 10, 43 – 45; Mt 20, 24-28; Lc 22, 24-27).

Jesús sabe que en el orden social es diferente el lugar del varón y de la mujer, por eso no discute de manera directa sus funciones, sino de manera indirecta, partiendo de la gracia y exigencia de Dios. En este sentido, en el principio de su anuncio salvador y de su práctica hallamos un gran gesto de ruptura: “para recibir el donde del reino de Dios hay que “dejar al padre y a la madre”, hay que romper con la estructura dominante y bien jerarquizada de este mundo viejo”[10]. Jesús llama a la creatividad personal rompiendo la estructura patriarcal para que todos los que le siguen, hombre y mujeres, sean libres y estén dispuestos para la construcción del reino (Mc 10, 29; Mt 8, 22)

 En esta ruptura del orden social se hallaba contemplada la mujer, donde Jesús no solo se ocupa de ellas de manera compasiva, sino que las respeta y las valora al igual que los varones. “No enfrenta a las mujeres contra los varones: no las envilece ni enaltece en forma falsa. Las acoge como son y las respeta (las valora) en su misma condición de personas que se encuentran abiertas hacia el reino[11].

En la estructura social vigente a la mujer se le valora por su función de tener hijos, por eso las que eran estériles prácticamente no “existían” en la sociedad. Jesús, por el contrario, “ve la grandeza y la dignidad de la mujer, lo mismo que la del varón, por su capacidad para escuchar el mensaje del reino y acogerlo desde el corazón y en la vida”[12] (Lc 11, 27. 28; 10, 38-14) y es por eso, que también forman parte del grupo de seguidores de Jesús.

Muchas son las mujeres que colaboraron de diversas maneras en la misión, ya sea dando su casa, predicando, profetizando, como apóstol, como diaconisa o como ayudante en la predicación de algún Apóstol. Lo importante es que en sus inicios nunca fueron excluidas y, gracias a su eficiencia en la trabajo misionero, el apóstol Pablo les agradece y les manda saludos.

 Estos son los nombres de muchas mujeres que colaboraron de manera activa en la las primeras comunidades cristianas y que las menciona el Apóstol: Prisca, Junia, Febe, Cloe, Apfía, Evodia, Síntique, Pérside, Trifena, Trifosa, Claudia, las cuatro hijas vírgenes de Felipe, el evangelista y María que ha trabajado mucho por la comunidad de Roma (Rm 16, 6)

Así como estas mujeres hoy en América Latina y el Caribe son también muchas las mujeres que trabajan como discípulas y misioneras de Cristo. En este sentido el DA., dice que hay que “garantizar la efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son confiados a los laicos, así como también en las instancias de planificación y decisión pastorales, valorando su aporte” (DA. 458b). El aporte de la mujer en el trabajo de la misión es muy importante, tenemos que esperar que los pastores correspondientes se sientan iluminados y pongan en práctica lo que dice el documento.






[1] V CONFERENCIA EPISCOPAL GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Arecida Documento final, 451.
[2] R. Aguirre, La comunidad de iguales y diferentes que Jesús quería,  pág. 203
[3] E. E. López, “Las mujeres en las comunidades primitivas”. Reseña Bíblica, Nº 49, pág. 15.
[4] “Ellas se encontraban en un lugar idóneo para proteger y evangelizar a los huérfanos desprotegidos y a las viudas” ( MacDonald 2004: 290) . Actos que reflejan no solo su compromiso evangelizador, sino también su compromiso social.
[5] Se dice de que su predicación no era ni celoso ni exigente, sino basada en su experiencia existencial y llena de dulces palabras” (Moltmann- Wendel 2007: 56)
[6] Cf. Lc 8, 2-3
[7] R. Aguirre, La comunidad de iguales y diferentes que Jesús quería,   p. 207
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
[10] X. Picaza, La Mujer en las grandes religiones, p. 145.
[11] E. Bautista, o.c, p. 48.
[12] F. Sáez de Maturana,  Volver a los comienzos, p. 504.

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