La
antropología cristiana resalta la igualdad dignidad entre el varón y la mujer,
dado que fueron creados a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1, 26). Jesús no
sé olvidó nunca esto, y a pesar que vivió en una cultura machista no se dejó
atrapar por ella con respecto al trato que hacían con los últimos. “En una época de marcado machismo, la
práctica de Jesús fue decisiva para significar la dignidad de la mujer y su
valor indiscutible”[1]
como lo atestiguan los textos evangélicos: Jn 4,27; 8, 1-11; Lc 7, 36-50; 8,
1-3; Mc 5, 25-34; Mt 28; 9-10, Gal 3, 27-29
Para Jesús, Dios no es el
garante del orden vigente, sino el que abre el horizonte de un mundo
radicalmente diferente. La categoría de Dios se afirma históricamente como
hermandad, que invierte las categorías de honor y de vergüenza, porque pone en
el centro a los marginados y a los pobres”[2]. Jesús encarnó esta opción y expresó la cercanía de Dios como “una experiencia de misericordia, que ve al
mundo a partir de las víctimas y de los marginados. Junto con los pobres, enfermos y niños, las mujeres forman parte
del grupo de los últimos e insignificantes para sociedad (Lc7; Mc 5,25-34; Jn
8,1-11)
Tanto
el libro de los Hechos de los Apóstoles como las auténticas cartas de san
Pablo: Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y
Filemón, nos ofrecen el testimonio de mujeres reales que, sin duda, fueron muy reconocidas en sus grupos
locales y ejercieron en ellas funciones de liderazgo para la colaboración con
la misión. Elisa Estévez nos dice que:
“El hecho de que la misión paulina fuera concebida desde el principio como una
tarea colectiva favoreció la incorporación activa e igualitaria de mujeres en
creación, animación y dirigencia de las comunidades en misión que fueron
naciendo y consolidándose en el mediterráneo antiguo”[3].
El
papel del la mujer en el cristianismo primitivo fue de vital importancia para
la misión, para la predicación, y la fundación de nuevas comunidades, así como
para la buena administración y la atención a los más necesitados[4],
apostolado que se llevaba a cabo en las casas. La inclusión de la mujer en esta
Iglesia carismática fue siempre fiel al actuar de Jesús, pues Él en el
Evangelio de Lucas vemos cómo María, llamada Magdalena[5],
Juana, mujer de Cusa, Susana y otras muchas[6]
le acompañaban mientras subía a Jerusalén curando y sanando. Una presencia
permanente hasta la cruz.
Estas
mujeres de la primera comunidad, eran mujeres del pueblo y para el pueblo,
lamentablemente a medida que va pasando el tiempo y el evangelio se va
inculturizando, la mujer se va quedando relegada de los grandes oficios que
tenía en las diversas comunidades primitivas, de esta manera, pues, va a primar
más el paso cultural que el mensaje cristiano de igualdad, participación y
colaboración en la misión evangelizadora de la Iglesia. Por eso, la
participación y liderazgo de la mujer en esta primera etapa del cristianismo es
mucho más importante de lo que ha sido su actuación en la Iglesia accidental de
los últimos siglos.
Hoy nuevos vientos de cambio respecto a la
participación y liderazgo de la mujer en la Iglesia empiezan a soplar, sin
embargo, aún falta llegar a las metas de la Iglesia primitiva. Estos nuevos
vientos soplaron con más fuerza por la década de los sesenta y setenta con el movimiento
feminista que, dentro del ámbito eclesial representó “una oportunidad para profundizar en la novedad del Reino de Dios y sus
exigencias de hermandad y de superación de discriminaciones. Es una tarea que
reclama discernimiento riguroso, pero también valentía y sinceridad”[7].
En
el ámbito social, el feminismo significó la irrupción de la mujer en la esfera
pública, llamando la atención sobre una situación de injusticia y marginación y
promocionando sus propios derechos. “En
la Iglesia este movimiento se traduce en la reivindicación del derecho al
sacerdocio para la mujer, porque en el ámbito eclesial las funciones públicas
se han vinculado al sacramento del orden”[8].
Esto, pues, para la Iglesia hoy en día es una situación clave, “en la que se juega su relación con el mundo
y la forma de entender su fidelidad al evangelio. Si no se dan cambios
profundos y rápidos el abismo con la nuevas generaciones de mujeres amenaza
convertirse en insalvable”[9].
Jesús,
hijo de su tiempo, fue consciente de la realidad en que vivía la mujer en la
sociedad mediterránea, por eso cambió el orden vigente de la sociedad y propuso
no una comunidad patriarcal, sino una comunidad de hermandad (cf. Mt 23, 8-9).
En este sentido, la comunidad de Jesús es una comunidad de hermanos y de
hermanas en igualdad (cf. Mc 3, 34-35) donde el mayor tiene que ser servidor de
los demás (Mc 10, 43 – 45; Mt 20, 24-28; Lc 22, 24-27).
Jesús
sabe que en el orden social es diferente el lugar del varón y de la mujer, por
eso no discute de manera directa sus funciones, sino de manera indirecta,
partiendo de la gracia y exigencia de Dios. En este sentido, en el principio de
su anuncio salvador y de su práctica hallamos un gran gesto de ruptura: “para recibir el donde del reino de Dios
hay que “dejar al padre y a la madre”, hay que romper con la estructura
dominante y bien jerarquizada de este mundo viejo”[10].
Jesús llama a la creatividad personal rompiendo la estructura patriarcal para
que todos los que le siguen, hombre y mujeres, sean libres y estén dispuestos
para la construcción del reino (Mc 10, 29; Mt 8, 22)
En esta ruptura del orden social se hallaba
contemplada la mujer, donde Jesús no solo se ocupa de ellas de manera
compasiva, sino que las respeta y las valora al igual que los varones. “No enfrenta a las mujeres contra los
varones: no las envilece ni enaltece en forma falsa. Las acoge como son y las
respeta (las valora) en su misma condición de personas que se encuentran
abiertas hacia el reino”[11].
En
la estructura social vigente a la mujer se le valora por su función de tener
hijos, por eso las que eran estériles prácticamente no “existían” en la
sociedad. Jesús, por el contrario, “ve la
grandeza y la dignidad de la mujer, lo mismo que la del varón, por su capacidad
para escuchar el mensaje del reino y acogerlo desde el corazón y en la vida”[12] (Lc
11, 27. 28; 10, 38-14) y es por eso, que también forman parte del grupo de
seguidores de Jesús.
Muchas
son las mujeres que colaboraron de diversas maneras en la misión, ya sea dando
su casa, predicando, profetizando, como apóstol, como diaconisa o como ayudante
en la predicación de algún Apóstol. Lo importante es que en sus inicios nunca
fueron excluidas y, gracias a su eficiencia en la trabajo misionero, el apóstol
Pablo les agradece y les manda saludos.
Estos son los nombres de muchas mujeres que
colaboraron de manera activa en la las primeras comunidades cristianas y que
las menciona el Apóstol: Prisca, Junia, Febe, Cloe, Apfía, Evodia, Síntique,
Pérside, Trifena, Trifosa, Claudia, las cuatro hijas vírgenes de Felipe, el
evangelista y María que ha trabajado mucho por la comunidad de Roma (Rm 16, 6)
Así
como estas mujeres hoy en América Latina y el Caribe son también muchas las
mujeres que trabajan como discípulas y misioneras de Cristo. En este sentido el
DA., dice que hay que “garantizar la
efectiva presencia de la mujer en los ministerios que en la Iglesia son
confiados a los laicos, así como también en las instancias de planificación y
decisión pastorales, valorando su aporte” (DA. 458b). El aporte de la mujer
en el trabajo de la misión es muy importante, tenemos que esperar que los
pastores correspondientes se sientan iluminados y pongan en práctica lo que
dice el documento.
[1] V CONFERENCIA EPISCOPAL GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL
CARIBE, Arecida Documento final,
451.
[2] R. Aguirre, La comunidad de
iguales y diferentes que Jesús quería,
pág. 203
[3] E. E. López, “Las mujeres en las comunidades primitivas”. Reseña
Bíblica, Nº 49, pág. 15.
[4] “Ellas se encontraban en un lugar idóneo para proteger y evangelizar a
los huérfanos desprotegidos y a las viudas” ( MacDonald 2004: 290) . Actos que
reflejan no solo su compromiso evangelizador, sino también su compromiso
social.
[5] Se dice de que su predicación no era ni celoso ni exigente, sino
basada en su experiencia existencial y llena de dulces palabras” (Moltmann-
Wendel 2007: 56)
[6] Cf. Lc 8, 2-3
[7] R. Aguirre, La comunidad de
iguales y diferentes que Jesús quería,
p. 207
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
[10] X. Picaza, La Mujer en las
grandes religiones, p. 145.
[11] E. Bautista, o.c, p. 48.
[12] F. Sáez de Maturana, Volver a los comienzos, p. 504.
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