lunes, 25 de julio de 2016

SANTA CLARA, MUJER VALIENTE



Clara, hija de la luz
Asís desde 1177 disfrutó unos cortos años de paz y prosperidad por medio de sus dos fuentes de riqueza: la agricultura y el comercio. En esta época de paz vieron la luz de Asís Francisco Bernardone y Clara Favarone.
Sus padres de Clara fueron: su padre Favarone de Offreduccio, era uno de los caballeros más ricos y poderosos. Su madre Ortolana, descendientes de señores feudales y nobles, era una mujer fuerte y una cristiana intrépida. De dicho matrimonio nacieron cuatro hermosas mujeres: Clara, Catalina, Inés y Beatriz.
La madre no olvida nunca el día en que sus entrañas se abren para dar su fruto. Con fe viva ora ante un Cristo crucificado. Ora por la criatura que lleva en su seno. Es entonces cuando escucha una voz en su interior: “De ti saldrá una gran luz que iluminará el mundo”.


Bautizo
La niña nació aproximadamente el 16 de julio de 1194. Aquel día habría gran movimiento en la casa –torre de los Offreduccio. La vida medieval era muy comunitaria, y tanto el nacer como el morir se hacía en presencia de muchos.
La niña fue bautizada en la catedral, en la misma pila en que fue hecho cristiano doce años antes Francisco Bernardone con el nombre de Juan. Se le llamó ¡Clara! ¡Clara!, la luz le dio nombre. Y el nombre sería la síntesis de su historia en profecía. Que el fuego es doloroso y su claridad amable. La misma agua los lavó. El mismo espíritu los divinizó. La misma fe los hermanó para la gran misión de renovación evangélica.



Exilio
A finales del siglo XII Enrique IV era el emperador alemán que dominaba parte de Italia, y Celestino III era el Papa que gobernaba la Iglesia. Es una época de cambios sociales y políticos. En Italia el emperador y el Papa se disputaban el poder temporal y espiritual. Hay dos bandos principales, los güelfos, que apoyan al Papa; y los gibelinos, al emperador. Por otro lado, dentro de las ciudades existía una gran rivalidad entre los nobles, ricos terratenientes, y los burgueses y artesanos o gente pobre. En Asís, pobres y ricos se hacen la guerra, venciendo los primeros. Los padres de Clara: Favarone y Hortulana, que eran nobles, deben huir de su casa de la plaza de San Rufino (Asís) en 1198 a Perusa con otros nobles de la ciudad. Terminada la guerra retorna toda la familia a Asís (1205). 


Los sueños de una joven princesa
Clara crecía inteligente, hermosa y alegre. Era un verdadero tesoro, orgullo de sus padres y admiración de sus compañeras. Los padres que no se cansaban de mirar a su primogénita dotada de muchas virtudes y encantadora, comenzaron a soñar con un espléndido matrimonio. En sus mentes no cabía para nada la posibilidad de una consagración a Dios.
Los quince años de Clara han provocado hondos revuelos en la casa y entre sus amistades. Los padres veían en la fiesta no solo la entrada de la niña en la sociedad, sino el preludio de un noviazgo oficial.
Terminada la fiesta todos se retiraron a sus aposentos. También Clara. Contra la pared, iluminada por una llama vacilante, se erguía un Crucifijo muy bien tallado. Clara se arrodilló y en oración le dijo al Señor:” Yo quiero tener la totalidad del amor, la plenitud del amor. Yo te quiero solo a ti Señor, ahora y siempre”. Clara interiormente iluminada por el Espíritu ya había decidido el futuro de su vida.



San Francisco profetiza sobre santa Clara y sus hermanas
Cursaba el año 1206. Han pasado varios días después de la conversión de san Francisco y, mientras restauraba la iglesia de San Damián, iluminado por el Espíritu Santo profetizó de quienes iban a vivir en dicho lugar santo. En efecto, subido en aquel entonces sobre el muro de dicha iglesia, decía en alta voz, en lengua francesa, a algunos pobres que moraban allí cerca: «Vengan y ayúdenme en la obra del monasterio de San Damián, porque aún ha de haber en él unas damas, por cuya vida famosa y santo comportamiento religioso será glorificado nuestro Padre celestial en toda su santa Iglesia».



La admiración por la forma de vida de san Francisco
Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes: fue asidua a la oración y mortificación. Desde pequeña siempre mostró un desapego por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual, aunque su vida familiar le exigía otras cosas.
Ya por entonces San Francisco y sus seguidores daban mucho que hablar. Clara, a pesar de las restricciones que tenía, sentía gran compasión y gran amor por ellos. Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos.  Ella se sentía unida de corazón a ellos y a su visión, por eso a escondidas ella o por medio de una criada les llevaba provisiones, tanto para los frailes, como para los leprosos. 



Su llamada
Cursaba el año de 1210, Clara tenía aproximadamente unos 17 años. San Francisco predicará ese año en la catedral de Asís los sermones de la cuaresma. Acababa de volver de Roma con los títulos más auspiciosos. El Papa había aprobado su proyecto de vida y lo había autorizado a predicar la penitencia. El obispo Guido, amigo y consejero de Francisco le rogó que predicara en la iglesia de San Jorge y luego en la catedral.
En sus sermones Francisco enfatizará que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras de San Francisco, Clara se dijo: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger...".



Momentos de reflexión
Clara Favarone, quien había sufrido las consecuencias de la guerra, comprendió que ella no conduce a otra cosa más que a la amargura, al odio,  a la enemistad,  a la codicia y, que deja como herencia el dolor y sufrimientos de muchos huérfanos y viudas. Esta forma de vida no era lo que quería, no quiso nada que ver  con eso.  No quiso otro señor más que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía, aquel que es amor puro y ternura inefable.  Llegado a esto punto de su vida, renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.




Una decisión para siempre
Se dice que la osadía es la vencedora de las leyes. Clara sabía muy bien que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y, sobre todo, de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición y decepción familiar. Tal decisión iba en contra de las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. Para Clara el reto era muy grande. Pues, siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida. Aun así ella decidió abrazar a Cristo pobre y crucificado, inspirada por San Francisco.



La huida de casa  
Clara estaba en la flor de su juventud, tenía 18 años la noche que huye de su condición social. Sintiéndose amada y acompañada por Dios, se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón.
Después de recitar la última oración hecha en casa, de puntillas y saliente atraviesa el salón que da acceso a “la puerta del muerto”. Luego abre la vieja puerta de madera carcomida. Clara mide la altura y salta decidida al vacío. Cae sin dañarse en la acera de la calle adyacente al castillo. De esta manera Clara ha muerto para el mundo. Ahora vivirá para Cristo. Comienza así su aventura en el seguimiento a Cristo.
Francisco y sus hermanos la esperaban con antorchas encendidas en el dintel de la ermita, dedicada a la Virgen María. Entran procesionalmente a la capilla entonando el Salmo: “¡Nuestro pies han llegado al dintel de ti, oh Jerusalén!”.


La consagración
Clara se arrodilla ante el altar, dedicado a Santa María de los Ángeles. Francisco lee unas palabras que ha sacado del evangelio: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo cuanto tienes. Dáselo a los pobres, luego ven y sígueme”. Seguidamente, dirigiéndose a la hija de los Favarone, dice: “Hermana, ¿Clara qué es lo que deseas?”. Ella responde con toda seguridad y convicción: “Quiero a Dios, el Dios del pesebre, el Dios del Calvario y el Dios del altar. No quiero otro tesoro ni herencia”.
El santo tomó unas tijeras y comienza a cortar la cabellera larga y hermosa de Clara, y le coloca en la cabeza un sencillo manto. Ha cambiado la seda del vestido por túnica de burda lana. Las joyas de la cintura por nudosa y blanca cuerda. Y una toca almidonada cubre su cabeza rapada. Desde ahora Clara será la “Hermana Clara”. La primera mujer que ha quedado incorporada a la familia franciscana.
  

Clara, Francisco y el obispo Guido
Los pasos de aquella bendita noche no eran improvisados. Clara y Francisco, al trazar el plan, contaron con la reacción de la familia Offreduccio-Favarone y lo habrían tratado todo detenidamente con el obispo Guido, quien aprobaba y bendecía los pasos de Clara. Esto era necesario para que ella gozase de la inmunidad eclesiástica de los consagrados de vestir túnica de penitencia, pedir limosna y retirarse a una ermita como era su propósito. Como buen pastor que cuida de sus ovejas, el obispo Guido, hombre discreto y sabio, hizo valer su autoridad ante las benedictinas de Bastia para que dieran asilo a Clara durante unos días en el monasterio de San Pablo.



En el monasterio de San Pablo
Es un antiguo monasterio de benedictinas, a cuatro kilómetros de Asís en dirección a Perusa, muy cerca del cementerio de Bastia Umbra.
Antes de amanecer, los hermanos Bernardo, Felipe, Francisco y, quizá, también Rufino se dieron prisa en acompañar a Clara al monasterio de San Pablo, confiándola a la custodia de las monjas. En efecto, hubiera sido un riesgo dejarla desprotegida en San Damián. Tampoco era conveniente que la encontrasen en Santa María de los Ángeles. Las benedictinas favorecieron para Clara los planes de Dios, como tantas veces los benedictinos fueron ayuda de Francisco.



Preocupación familiar
La familia feudal vigilaba celosamente el honor de sus miembros. El honor era lo más sagrado. Nadie de la familia podía quedar indiferente. El compromiso era mayo cuando el honor y la protección afectaban a las mujeres de su linaje. Este compromiso explica bien la reacción violenta de la familia de Clara. Era demasiado deshonor para ellos que cayese en las redes ilusorias de Francisco.
El tío Monaldo con otros seis caballeros, armados como si fuesen a la guerra, galoparon a prisa a la abadía de Bastia. Allí en la abadía más poderos de la Umbría, estaba Clara. Les esperaba en la iglesia. Al entrar la vieron frágil y firme, vestida con su túnica de pobreza. Como sus parientes quisieron sacarla a la fuerza de allí, Clara cogió los manteles del altar y, agarrándose a ellos, descubrió la cabeza, mostrándola rasurada.



En el monasterio del Santo Ángel
Solo diecisiete días permaneció Clara en Bastia, la semana santa y pascua. El día doce de abril dejó la abadía para pedir hospitalidad en el monasterio del Santo Ángel, también de las hermanas benedictinas. El monasterio estaba situado a la parte oriental del monte Subasio, bajo el eremitorio de Le Cárceri, a tres kilómetros de Asís.
Más tarde, Francisco, Felipe y Bernardo la llevaron al monasterio del Santo Ángel. Clara fue acogida por las religiosas benedictinas. Todo quedaba  preparado para la fuga de una de sus hermanas.




Su hermana Inés
Una sola plegaria brotaba de los labios de Clara, que también Inés se consagrara eternamente al Señor, para que, así como antes en la vida familiar había habido en ellas una plena unión de corazones, así ahora en el servicio del Señor existiera una sola voluntad. Era el primer regalo que Clara le pedía al Señor.
Más tarde, Inés inspirada por el Espíritu, se dirige presurosa donde su hermana, y anunciándole el secreto de su voluntad, le confesó que quería consagrarse por entero al Señor. Clara, abrazándola gozosamente, exclamó: “¡Doy gracias a Dios, dulcísima hermana, porque ha atendido mi solicitud en favor tuyo!”.




San Damián
La profecía se tenía que cumplir. Después de estar por lo menos unos dos meses en el monasterio de San Ángelo pasó habitar con sus primeras seguidoras: Inés y Pacífica de Güelfuccio  en un edificio adyacente a la capilla de San Damián, la primera restaurada por san Francisco de Asís. En los tres primeros años la fraternidad femenina observó la forma de vida que Francisco había trazado para ellas, viviendo en retiro y en forma gozosa a dama Pobreza. Han demostrado Clara e Inés el amor heroico por seguir a Cristo pobre y crucificado. Gozan desde el Evangelio lo que es ser menores. 
San Damián es más que una capilla o un monasterio: es un ideal y un desafío, es un sueño hecho realidad. Nace la II Orden franciscana.



Clara y fray Maseo el embajador
Las hermanas de San Damián acaban de cantar las laudes al amanecer. Habían tomado un pequeño refrigerio: un pedazo de pan y, las más débiles, un vaso de leche caliente. Habían empezado las tareas domésticas propias del monasterio. Era el año 1215. Tocan la campana de la portería. Era fray Maseo, unos de los compañeros más fieles de san Francisco.
Llegaba esta vez de mensajero. Venía de parte de Francisco y traía un mensaje para sor Clara. Sucedía que el Señor le había dado muchos hermanos a Francisco, pero no sabía qué era preciso hacer de ellos. Por eso por intermedio de fray Maseo pide consejo: “Qué hacer de los hermanos ¿unos hombres de oración en chozas y entre el espesor del bosque o unos apóstoles en el alboroto de las ciudades y en centro de la dinámica humana?”. Clara responde al mensaje diciendo: “El Señor quiere que vayas a predicar, porque no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de los demás”.

El pozo de la simplicidad
El primer voto franciscano es la simplicidad, que incluye los otros votos y todas las virtudes evangélicas. Un día al atardecer Francisco y fray León llegaron sedientos al brocal de un pozo abierto en el campo. El santo se agacha y queda quieto un buen rato, apoyado en el brocal y mirando al fondo. Casi extasiado. Después, sin sacar una gota de agua, sigue su camino. Pero como adivinando la extrañeza de fray León se detiene y le dice:
-      Fray León, ¿qué imaginas que he visto reflejado en el agua del pozo?
-      Seguramente la imagen de la luna, que es tan clara esta noche.
-      Pues no, fray León. Lo que he visto ha sido el rostro resplandeciente de nuestra hermana Clara. Y estoy contento porque el Señor me ha revelado que, semejante a la hondura del pozo, es profunda y al mismo tiempo luminosa la simplicidad de sor Clara.


La humildad
La humildad es pobreza de espíritu y se convierte en obediencia, en servicio y en ansias de darse a los demás. Sor Clara prefirió ser subordinada y no superiora. Pero cuando por orden de Francisco, asumió el gobierno de la comunidad, aumentó en ella no la independencia, madre de la soberbia e de la intolerancia, sino la servicialidad.
Sor Clara reservaba finas atenciones a las hermanas que mendigaban fuera del monasterio. Hasta llegaba a lavarles los pies. En una ocasión, después de haber lavado los pies, quiso besarlos. La hermana, no soportando tanta humildad, retiró el pie y golpeó en el rostro de Clara. Pese al moretón volvió a tomar con ternura el pie y bajo la misma planta estampó un apretado beso.



Mortificación de su cuerpo
Si hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar por una estera y luego por un jergón de paja por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.
Sor Clara usaba estas asperezas consigo misma, mientras con las demás hermanas era compasiva y flexible.



Los ayunos
 Sor Clara siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús. A pesar de sus largos ayunos sor Clara conservaba siempre un semblante festivo y regocijado.






Vida de Oración
Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres. Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo más íntimo de su corazón. Las lágrimas empapaban el suelo; los besos lo acariciaban.



Efectos del estar con el amado
La oración es el momento privilegiado para estar con el Señor, para anticipar la vida del cielo.
Al salir de la oración, el semblante de sor Clara irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que encendían fervor el corazón de las hermanas. Sor Pacífica da testimonio que, “cuando sor Clara volvía de la oración, las hermanas se alegraban, como si hubiese venido del cielo”. Los excesos de Amor del Señor crucificado provocaron en sor Clara una respuesta de renunciamiento y de amor total.  



Amor entre hermanas
Transcurría el año 1228, sor Clara envió para abadesa al monasterio de Monticelli (Florencia) a su propia hermana Inés. La separación de las dos fue dolorosa. Lo expresa una carta de sor Inés.
Preciso es que te enteres, hermana mía, que ahora mi cuerpo y mi espíritu sufren gran tribulación e inmensa tristeza. Me siento extraordinariamente agobiada y afligida, hasta tal punto de que no soy capaz de hablar, a causa de nuestra separación y de la separación de las otras hermanas, con las que esperaba vivir siempre en este mundo y morir.
En San Damián había nacido un amor que ni la vida ni la muerte podían separa nunca. La carta de sor Inés desmiente la desafortunada frase de que “en los conventos se vive sin amarse y se muere sin llorarse”. La amistad es el don del Señor más excelente y maravilloso que los hombres podemos llevar dentro.


El milagro de la multiplicación de los panes
La vida de penitencia que llevaban las hermanas era muy fuerte. Cierto día cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?".




El poder de la Eucaristía
En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes diciendo:

“Protege, Señor, a estas siervas tuyas, a las que yo no puedo defender en este momento. Protege también a nuestra ciudad y nuestra tierra que nos nutre y alimenta con amor”.

Los sarracenos sintiendo una terrible oleada de terror huyeron despavoridos. Queda salvada la vida de las clarisas, el monasterio, Asís y toda la Umbría.




San Francisco en San Damián
Al día siguiente de la muerte de Francisco se reunió mucha gente con todo el clero, el cuerpo del santo fue trasladado a la ciudad de Asís, pero antes la comitiva se dirigió a San Damián. Clara y “las damas pobres lo esperaban”. Los que llevan el féretro entran en la capilla del monasterio. Levantan y apartan las rejas de la clausura. La señora Clara se acercó con las demás hijas a contemplar al Padre, que ya no les hablaba y que, habiendo emprendido otras rutas, no retornaría a ellas.



El llanto de las damas pobres
Uno de los primeros biógrafos de Francisco nos dice que “las damas pobres” al contemplar al santo, rompieron en continuos suspiros, en profundos gemidos del corazón y copiosas lágrimas, y con voz entrecortada comenzaron a exclamar: «Padre, Padre, ¿qué vamos a hacer? ¿Por qué nos dejas a nosotras, pobrecitas? ¿A quién nos confías en tanta desolación? ¿Por qué no hiciste que, gozosas, nos adelantáramos al lugar a donde vas las que quedamos ahora desconsoladas? ¡Oh padre de los pobres, enamorado de la pobreza! Tú habías experimentado innumerables tentaciones y tenías un tacto fino para discernirlas. ¡Oh amarguísima separación! ¡Oh ausencia dolorosa! ¡Oh muerte sin entrañas, que matas a miles de hijos e hijas arrebatándoles tal padre, cuando alejas de modo inexorable a quien dio a nuestros esfuerzos, si los hubo, máximo esplendor!».

Dominadas por sentimientos de tristeza y alegría, besaban aquellas coruscantes manos, adornadas de preciosísimas gemas y rutilantes margaritas.

La última navidad
Transcurría el año 1252. Era la última navidad que sor clara celebraría en el tierra. San Damián respira alegría y júbilo. Pero sor Clara hace tiempo que está enferma que no puede ni moverse de la cama. Llegado a las doce de la medianoche, “las damas pobres” rezan el oficio de maitines y cantan el “Laudi” de fray Pacífico. Todo anuncia que ha nacido Jesús, el “Dios con nosotros”.
Clara está sola en el dormitorio del monasterio. Su corazón está abatido y melancólico, pero aun así ora:
“Señor, mira, sola esto aquí. Más aislada que tú en Belén, donde no te faltó la compañía y el amor de tu Madre, la dulcísima Virgen María; la protección de San José y el calor de un buey y una mula”.


La navidad televisada
Habiendo terminado de orar, se transforman las paredes de la habitación de sor Clara en una gigantesca pantalla televisiva. En la gran pantalla a color, clara distingue perfectamente a los hermanos franciscanos celebrando la liturgia de la Navidad. Terminada la celebración, las hermanas suben a visitar a sor Clara para narrarle la liturgia celebrada y compartir con ella un pedazo de turrón, pero sor Clara se adelanta y le dice:
Hijas mías. Bendito sea el Señor Jesucristo, que no me ha dejado sola esta noche. Desde aquí he visto y he vivido en mi interior toda la liturgia que han celebrado nuestros hermanos menores en la Porciúncula. Más todavía, fray León me  ha dado el Pan de la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de mi Señor.



Algunas fechas principales de la vida de Santa Clara

*      1193-(1194?) - Nace Clara en Asís, de Favarone de Offreduccio y de Ortolana, familia noble.
*      1211-(1212?) - En la noche del Domingo de Ramos, Clara abandona la casa paterna y recibe de manos de Francisco, en la iglesita de Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula, el hábito religioso.
*      1212-1213 - Clara y sus hermanas reciben de san Francisco la «Forma de vida» que, al igual que la primitiva Regla de los Hermanos, consta de algunas frases breves del Evangelio.
*      1216 - Recibe de Inocencio III el «Privilegio de la pobreza», que permite a Clara y a sus hermanas vivir sin posesión alguna.
*      1218-1219 - El cardenal Hugolino da a las clarisas la Regla de S. Benito y las Constituciones (de tradición camaldulense).
*      1228 - Gregorio IX confirma el «Privilegio de la pobreza».
*      1233-1253 - Clara escribe 4 Cartas a Inés de Praga.
*      1247-1252 - Clara escribe el Testamento y la Regla.
*      1253 - 9 de agosto. Inocencio IV confirma la Regla propia de Santa Clara.
*      1253 - 11 de agosto: muerte de Clara. Es enterrada en la iglesia de San Jorge.
*      1254 - 24 de noviembre. Apertura del proceso de canonización de Clara.
*      1255 - 15 de agosto. Canonización de Clara por el papa Alejandro IV.


Recopilación: Erick Jenner Liberato Labán.


BIBLIOGRAFÍA
1.     Contardo, Miglioranza. (1985). Santa Clara de Asís. Buenos Aires: Paulinas.
2.    Gamissans, Francisco. (1984). Clara de Asís. Madrid: Paulinas.
3.    Guerra, José Antonio. (2003). San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época. Madrid: BAC.
4.    Triviño, María Victoria. (1991). Clara de Asís Ante el Espejo. Historia y Espiritualidad. Madrid: Paulinas.
5.     Provincia Franciscana de los Ss. Francisco y Santiago en México, A.R. (2012). Ideales Franciscanos. Yo, Clara, sierva de Cristo. N°. 824. México. 

2 comentarios:

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