lunes, 25 de julio de 2016

EL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA



Erick J. Liberato L. 

Un año dedicado al Jubileo extraordinario de la Misericordia nos brinda una excelente oportunidad para vivir en carne propia  la misericordia de Dios y para evangelizar sobre un aspecto crucial de nuestra fe, desconocido por muchos y olvidado con frecuencia: “Dios es misericordia”.

Hoy muchos viven aún temerosos de un dios arbitrario que pareciera ser autor de las desgracias que nos visitan en la vida. A otros les parece que dios, si existe, es indiferente a la suerte de la humanidad. Y más de alguno tiene todavía la imagen de un dios justiciero, castigador y vengativo. Nada más lejos de toda esa imaginería que el rostro amable del Dios de Jesucristo, el Nazareno. Es el amor quien vence al temor, al igual que la educación a la ignorancia.

En este Congreso de Maestros/as Providencia 2016 compartiré el tema: “El Año Jubilar de la Misericordia”. La ponencia la desarrollaré en tres puntos específicos:
1.      ¿Por qué Papa Francisco convoca un Año Jubilar?
2.      Fundamento Bíblico.

3.      Vivencia del Año Jubilar desde la educación.


0.      INTRODUCCIÓN

“¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!” (MV n. 5).

Antes de empezar a desarrollar cada uno de los temas ya mencionados es necesario que se aclaren algunos conceptos, como: ¿qué es año jubilar? Y ¿Qué es misericordia?

1.      ¿Qué es el año jubilar?
El año jubilar es una ley dada al Pueblo de Dios, que se encuentra en el libro del Levítico 25,8-17.29-31. Esta ley expresa la convicción de que Dios es el dueño de la tierra, la reparte entre todo el pueblo y no quiere la acumulación de tierras en manos de pocos (cf. Is 5,8-10). Juntamente con esta ley, está también la ley de indulgencia de los esclavos y la condonación de las deudas (cf. Dt 15).


 Jubileo, Año Del Jubileo, etimológicamente viene del hebreo «yobel», que significa «trompeta» (esta está hecha con cuerno de cordero).  El año Del Jubileo es la celebración judía que debía efectuarse cada cincuenta años según la legislación sacerdotal (Lv 25.8ss). Se habría de anunciar el día diez del mes séptimo (Tisri, septiembre/octubre), que era el «día de las expiaciones» (antiguo año nuevo), por medio de un toque de trompeta o de cuerno.  Es decir, que el año jubilar empezaba con ayuno y arrepentimiento conforme la nación confesaba sus pecados al Señor (Lv 16). Es, en efecto, un periodo especial de reconciliación con Dios y con el prójimo.

1)      Características del año Del Jubileo
            El año jubilar se caracterizaba por lo siguiente:
a.       Prohibición de sembrar y cosechar. Solo se comería lo que la tierra produjera espontáneamente (Lv 25, 11, 12). Se dejaba descansar la tierra. El pueblo tendría que confiar en que Dios les proveería lo que necesitaban para el año sabático (el cuarenta y nueve).
b.      Devolución de las tierras a sus primeros propietarios o a sus herederos (Lv 25.13–17, 23, 23; 27.16–24).
c.       Liberación de todos los esclavos israelitas (Lv 25.39–55), los cuales regresaban «a su familia, y a la posesión de sus padres», con sus mujeres e hijos (Éxodo 21.1-6).

2)      Las obras del año Del Jubileo: deudas, esclavos y tierras.
Estas obras son frutos de la experiencia del pueblo Israel. Son formuladas como don y tarea básica  de reconciliación.
a.      Perdonar las deudas y prestar al necesitado.
Esta ley asume el ideal de una sociedad igualitaria, por el cual todas las familias eran propietarias de la tierra, sin esclavizarse unas a otras, debiéndose perdonar las deudas cada siete años:

Cada siete años harás la remisión: todo acreedor perdonará la deuda del préstamo hecho a su prójimo… porque se proclama la remisión en honor a Yahvé. Podrás apremiar al extranjero, pero a tu hermano le concederás la remisión de lo que te debe. Cierto que no habrá ningún pobre ante ti, porque Yahvé te otorgará su bendición en la tierra que Yahvé tu Dios te da en herencia para que la poseas… (Dt 15,1-4).

Esta es una ley básica de Dios. En principio, ella valía para todos los habitantes de la tierra,  pero el Deuteronomio la interpreta de forma nacional, con una norma doble: primero, perdón para el hermano; y, segundo, cobro de la deuda del extranjero. Entendida así esta obra iría en contra de las otras leyes de misericordia: ayudar a los huérfanos, viudas y extranjeros. Actualmente, con Jesús  se debería haber superado este problema, porque la palabra hermano se aplica (desde Jesucristo) para todos los seres humanos, por encima de pueblos y naciones:

Cuando uno de tus hermanos esté necesitado…, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano, sino que la abrirás con liberalidad, y sin falta le prestarás lo que necesite. No haya en tu corazón pensamiento perverso para decir “está cerca el año de la remisión” y no prestar al necesitado (Dt 15,7-11).

Por encima de la ley se eleva la voz de la misericordia, que se expresa en el préstamo y perdón sabático de deudas. Este perdón de las deudas al hermano ha de unirse a la exigencia más alta que nos presente el evangelio: “Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses…” (Mt 5,42).

b.      Liberación de los esclavos.
El esclavo en Israel era un deudor que no tenía los medios para pagar la deuda adquirida más que con su trabajo. Por eso el perdón, ha de ampliarse en la liberación de los esclavos:

Si tu hermano hebreo, hombre o mujer, se te vende, te servirá seis años y al séptimo lo dejarás ir libre… Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que Yahvé tu Dios te rescató. Por eso, te mando esto hoy… (Dt 15,12-18).

Siete años es un tiempo máximo de castigo, por eso solo por seis años se puede mantener a un hombre esclavo, y a los siete se le libera. En efecto, el Deuteronomio ha visto que la raíz de toda esclavitud es el dinero. El perdón de las deudas y la liberación de esclavos se aplicarán a todos con Jesucristo (Lc 4,18-19; Mt 25,31-46).

c.       Libertad y partición/devolución de tierras.
La tercera obra es el reparto de tierras entre todos los miembros de la familia. Es una norma y ley para tiempos de gran crisis, como los del exilio (587-539). Tanto el perdón de deudas como la liberación de esclavos resultaban ineficaces si solo unos tenían las tierras y otros no. De esta manera lo formula esta obra suprema del año Del Jubileo:

Contratarás siete semanas de años… y harás resonar el Cuerno (sophar), en el día de la expiación (Kippur) por todo nuestro país. Santificarán el año cincuenta y pregonarán en el país un Indulto de Libertad (deror) para todos sus habitantes. Será Año de Jubileo (Yobel) y retornarán cada uno a su propiedad y cada uno a su familia… y recobrará cada uno su propiedad (Lv 25,8-13).

Éste es el Año Jubilar, el Gran Retorno, experiencia universal de comunión y participación entre las familias y pueblos, como supone Gn 1,10, con Jos 13-21, pues todos debían tener su propia tierra. Esta ley quiere avalar dos valores fundamentales: el derecho a la familia (identificación personal, afectiva) y derecho a la tierra (identificación posesiva y laboral). Por eso, los israelitas podían vender el uso de la tierra, por un tiempo, no su propiedad, porque esta era de Dios, y los hombres solo unos administradores:

La tierra no se venderá a perpetuidad, pues mía es la tierra y ustedes son ante mí extranjeros y huéspedes. Por eso en todas sus posesiones darán derecho a rescatar la tierra… Y si no pueden hacerlo… ella se librará en el jubileo y volverá a su posesión (Lv 25,23-28).

Decir que la tierra es de Dios significa afirmar que es de todos, y que cada familia solo tiene derecho a recibir la suya en solidaridad con las restantes familias y pueblos. Nosotros hoy tenemos que buscar entre todos una forma nueva y universal de cumplir estas obras, de lo contrario caminaremos al desastre cósmico y humano.

3)      Tipos de Jubileo.
En la Iglesia el Año Santo fue instituido por el Papa Bonifacio VIII en el año de 1300. Hay dos tipos de Jubileo: el ordinario y el extraordinario.
a.       Jubileo ordinario. Es convocado por el Papa y se celebra cada 25 años. En la Iglesia se empezó a celebrar desde el año 1475, siendo Papa Sixto IV. El último Jubileo ordinario que hemos tenido se celebró el año 2000, siendo Papa san Juan Pablo II.
b.      Jubileo extraordinario. También es convocado por el Papa, pero en momentos especiales. El Año Santo extraordinario que le precede al que estamos celebrando se realizó el año 1983.  


2.      ¿Qué es misericordia?
La palabra “misericordia” etimológicamente tiene una doble definición que se complementan en la práctica. Por un lado, desde la parte latina, etimológicamente “misericordia” significa abrir el corazón al miserable. Misericordia es la actitud divina que abraza, es la entrega de Dios que acoge, que se presta a perdonar. Por otro lado, desde la parte hebrea o bíblica, misericordia significa el amor del útero materno, expresado en el cuidado de la madre por los hijos (Rehem). En la práctica estas dos vinculaciones se complementan dándonos a revelar la esencia de Dios.

Los nombres de la misericordia
La palabra “misericordia” tiene un extenso campo de significado, y puede evocar un sentimiento, una virtud social o una experiencia religiosa.

a.      Sentimiento:
La misericordia es una emoción, y en hebreo se dice rehem/rahamim. Este nombre está vinculado a las entrañas o vísceras del hombre, en especial hace referencia al útero materno. Es un sentimiento amoroso y creador que liga a las personas por lazos de sangre, matriz y corazón. En griego se dice oiktirmos (afecto) y splanjna (entreñable). En esta línea encontramos palabras como: clemencia, compasión, empatía, piedad y ternura.
b.      Virtud social:
La misericordia es justica (mishpat), en el sentido de protección a los pobres, y en hebreo se dice hesed, que es fidelidad al pacto o alianza de Dios con los hombres y de los hombres entre sí. Tiene un matiz de solidaridad y firmeza (´emunah: verdad), siempre con un rasgo afectivo. En griego se dice eleos, piedad, con un elemento de justicia social.  En esta línea tienen relación las siguientes palabras: beneficencia y filantropía, fraternidad, hospitalidad, justicia, merced/redención.
c.       Experiencia religiosa:
La misericordia es el rostro de Dios, así aparece como nombre suyo en el Antiguo y Nuevo Testamento. La palabra hebrea empleada en esa línea es hen/hanán (apiadarse, amar gratuitamente). En el Nuevo Testamento tiende a traducirse como kharis, gracia, e incluso como agape, amor generoso. En esta línea se relacionan las siguientes palabras: amor – caridad, fe/fidelidad, gracia/gratuidad, perdón y salvación.

Misericordia implica, pues, un elemento afectivo, que siente y sintoniza con el que sufre, y otro efectivo, que se manifiesta ayudándole. En esta línea, el papa Francisco en la Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia Misericordiae vultus (MV) nos dice:

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado (MV 2).

 Contemplar el misterio de la misericordia del Padre, revelado en el Hijo, es una necesidad. Puesto que, sabiéndonos protegidos, socorridos y perdonados con misericordia podemos hacer extensiva la misericordia a los demás; de una manera especial a los pobres, los huérfanos, viudas,  extranjeros y a los que viven en las periferias existenciales de nuestro tiempo.


I.                   ¿POR QUÉ EL PAPA FRANCISCO CONVOCA UN AÑO JUBILAR?

1.      La justificación
Nuestro mundo pasa por una crisis en general. Entre ellas se habla de una crisis de humanidad. Se dice que para ser humano hay tres valores inseparables que se tienen que practicar: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Hoy se habla muy poco de esta crisis y, como se habla poco, poco se practican estas virtudes que nos hacen seres humanos.

El papa Francisco, en su libro “El nombre de Dios es misericordia”, señala que le nace el deseo de convocar una Jubileo de la Misericordia desde la oración,  “en la enseñanza y en el testimonio de los papas que me precedieron, y pensando en la Iglesia como en un hospital de campo, donde se curan sobre todo las heridas más graves. Una Iglesia que caliente el corazón de las personas con la cercanía y la proximidad”.

Frente a tanto sufrimiento y dolor, frente a una cultura egoísta y apegada a lo mundano, insensible ante el dolor del otro y muchas veces inhumana, el Papa dice éste es el tiempo de la misericordia. Es decir, el tiempo oportuno para que la Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de madre, a la humanidad herida. La Iglesia no espera a que los heridos llamen a su puerta, sino que los va a buscar a las calles, los recoge, los abraza, los cura, hace que se sientan amados. 

En la  Bula MV el Papa dice lo siguiente:

“Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes” (MV 3).

En este sentido, celebrar un Jubileo de la Misericordia significa poner en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades el contenido esencial del Evangelio: Jesucristo. Él es la Misericordia hecha carne, que hace visible para nosotros el gran Amor de Dios.

En la audiencia general del 09-12-2015 el Papa Francisco explica de qué se trata este Jubileo de la Misericordia:

Se trata pues de una ocasión única para experimentar en nuestra vida el perdón de Dios, su presencia y su cercanía, especialmente en los momentos de mayor necesidad. Además, significa aprender que el perdón y la misericordia son lo que más desea Dios, y lo que más necesita el mundo, sobre todo en un momento como el actual en el que se perdona tan poco, en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.

También se convoca a un Año Santo extraordinario porque se quiere renovar el espíritu del Concilio Vaticano II en su quincuagésimo aniversario. Pues, con el Concilio “la Iglesia sintió la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre”, ahora “la Iglesia siente la necesidad de mantenerlo vivo” (MV 4).

El Año Jubilar de la Misericordia ha iniciado el día 08 de diciembre del 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Y terminará el Año Jubilar en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016.

2.      ¿Para quiénes está dirigido y cómo se tiene que vivir el Año Jubilar?
El Año Jubilar de la Misericordia, cuyo lema es “Misericordiosos como el Padre”, está dirigido a todos los creyentes del mundo entero. Pide el Papa facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios. Es mi deseo, dice, “que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz”. En este tiempo especial, nadie se tiene que quedar sin vivir y experimentar la misericordia de Dios: los ancianos, los enfermos, los que están en la cárcel y los difuntos.

La manera cómo se tiene que vivir el Año Jubilar y ganar la indulgencia es la siguiente:
a.       Impulsar la peregrinación a la Puerta Santa como estímulo de conversión.
b.      Redescubrir las obras de misericordia: corporales y espirituales.
c.       Acercarse al sacramento de la reconciliación.
En cualquiera de los siguientes casos que se mencionan para obtener la indulgencia se debe cumplir primeramente con las condiciones habituales:
·         Confesión sacramental.
·         Comunión eucarística.
·         Oración por las intenciones del Santo Padre.



II.                FUNDAMENTO BÍBLICO DE LA MISERICORDIA

La identidad de Dios es misericordia, esa es la esencia de su ser (cf. 1Jn 4,8). Dios ha querido revelar su identidad a lo largo de la historia de la salvación de diferentes modos y maneras, con gestos y palabras, hasta llegar la plenitud de los tiempos (cf. Gá 4,4).

En este apartado vamos a tomar como referencias algunas citas de la sagrada Escritura donde aparece de manera explícita la misericordia de Dios.

1.      El génesis de la misericordia.
Éx 34, 6-7 nos ofrece la carta magna de la misericordia de Dios, que se eleva sobre el pecado de los hombres, a quienes ofrece perdón, para que ellos, sintiéndose perdonados, puedan así superar su tentación anterior de idolatría (Éx 32, 1-6), iniciando así un camino de humanidad que responda a la misericordia.

Esta escena, con su definición de Dios Misericordia, está precedida por el gran pecado de los israelitas, que habían rechazado la alianza de Dios (Éx 20, 1-6) y adorado al Becerro. Como mediador fracasado de la alianza, Moisés bajó del monte con las tablas de piedra de la ley de Dios, que los israelitas negaron y rompieron, construyendo el Becerro. Moisés tiene que romperlas (Éx 32, 15-20), pues todo a terminado. Pero luego, movido por Dios, lo invoca de nuevo (cf. Éx 33), y Dios lo llama volviendo a empezar, con misericordia.

Según la ley, Dios debía de haber abandonado al pueblo, pero su misericordia es mayor que la ley y lo perdonó. Por eso, Moisés subió de nuevo (Éx 34, 1-4) y Dios bajó a su encuentro con misericordia y ambos dialogaron, sin rayos ni trueno (cf. Éx 19):

Moisés labró dos losas de piedra como las primeras, madrugó y subió al amanecer al monte Sinaí, según la orden del Señor, llevando en la mano dos losas de piedra. E1 Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. E1 Señor pasó ante él proclamando: el Señor, el Señor, Dios entrañable (rehem) y de gracia (hannum), lento a la ira y rico en lealtad (hesed) y verdad (´emunah), leal hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos (Éx 34, 4-7).

Dios revela su verdad con cuatro nombres de misericordia. Por eso  lo primero no son las obras de misericordia de los hombres, sino la misericordia más alta de Dios que perdona diciendo que es amor entrañable (rahum), lleno de gracia (hannun), rico en lealtad y verdad (hesed, ´emet). Con estas cuatro palabras Dios se define como misericordia, perdonando a los hombres para que ellos puedan perdonarse.

Estas palabras de misericordia: rehem, hannun, hesed, ´emunah rompen los esquemas moralistas de un Dios condicionado por una ley externa y expresan su rostro de misericordia y cercanía personal. Este Dios de misericordia no niega el castigo, sino que lo ejerce como prueba y terapia de misericordia, para que los hombres puedan transformarse. Finalmente no olvidemos que quien ama por ley puede un día cansarse y dejar de serlo. Al contrario, quien lo hace por entrañas de amor lo hará siempre, como Dios.

2.      La misericordia en los profetas: Amós, Oseas, Isaías 1°,2°,3° y Jeremías
1)      Amos.
Pastor, natural de Tecoa, cerca de Belén. Amos es enviado por Dios al norte, en tiempos del esplendor de Samaria bajo el rey Jeroboán II (750 a.C.). Predicador popular, de lenguaje suelto, queda impresionado por el lujo de las casas, pero sobre todo por la injusticia de los ricos. Veamos, por ejemplo: 3,13-4, 3 (el lujo); 2, 6-16 y 8, 4-8 (la injusticia social).  Los temas principales que toca Amós son: contra la opresión, liberar a los esclavos.

a.      Contra la opresión.
Amós era consciente de que Dios había elegido a los israelitas “entre todas las familias de la tierra” (3,2), pero también era consciente de que esa elección era inútil si oprimían a los pobres. Pues así lo manifiesta:

Venden al justo (tsadiq) por dinero, al indigente (´ebion) por unas sandalias. Aplastan contra el polvo a los pobres (dalim), oprimen a los humildes (anawim) (2, 6-7).

Pues bien, contra los opresores de los justos, del indigente, de los pobres y de los humildes clama el profeta diciendo:

Escuchen esta palabra, oh vacas de Basán, que están sobre las montañas de Samaria, que oprimen a los pobres (dalim) y maltratan a los indigentes (´ebioim), que dicen a sus señores (maridos): Traigan para que bebamos… (Am 4,1).

Para el siglo VIII Israel se había convertido en un reino rico, y su capital, Samaria, poseía un alto nivel de vida a costa de los pobres. En este contexto Amós presenta a las mujeres ricas como gordas vacas de Basán. Dios había dado tierra a todos, pero algunos con más suerte, astucia o fuerza se habían apoderado de ella, convirtiendo a los demás en siervos. Todo esto, sin lugar a duda, no es agradable a Dios.

b.      Liberar a los esclavos.
En los comienzos de Israel la sociedad se estructuraba bastante igualitaria, por eso la presencia de esclavos era mínima. Las leyes del año sabático mandaban que los esclavos tuvieran que ser liberados cada siete años. En este contexto, un mandamiento del Decálogo decía “no robarás” (Éx 20, 15; Dt 5, 19), aludiendo básicamente al robo de personas, para esclavizarlas y/o venderlas en las ferias de los esclavos. En este sentido hay leyes que castigan con pena de muerte a quien roba a un hermano (cf. Éx 21, 16; Dt 4,7). En este trasfondo de robo y tráfico de esclavos se entiende el grito del profeta:

Así dice Yahvé a Gaza: por tres delitos y por cuatro no los perdonaré, porque hicieron prisioneros en masa y los vendieron a Edom… Así dice Yahvé a Tiro: por tres delitos y por cuatro no los perdonaré, porque vendió innumerables prisioneros a Edom (Am 1,6.9).

Una sociedad que vende a los hombres como mercancía va contra Dios. Gaza y Tiro controlaban el tráfico de esclavos. Este era el pecado: la opresión y la falta de misericordia, en tiempos de prosperidad (bajo el reinado de Jeroboam II: 783-743 a.C.). Este pecado llevará al pueblo al desastre, pues los asirios vendrán y destruirán esa sociedad, con muerte y destierro para los injustos (7,11).

2)      Oseas.
 Oseas, natural del reino del Norte, profetizó en la capital del reino de Israel: Samaria (760-740 en tiempos de Amós). Eran unas tiempos de mucha prosperidad, pero marcados por la injusticia social e idolatría. Gran parte de los israelitas se han olvidado de Yahvé, el esposo-amigo, por irse con otros dioses. Es en este contexto social y religioso donde el profeta alza la voz, condenando al pueblo infiel, pero insistiendo en la misericordia de Dios.

Oseas descubre el cariño de Dios a través de un suceso personal. Oseas ama a su esposa que se porta mal; con su amor logra devolverle su corazón de virgen. Así es como Dios nos ama: no porque seamos buenos, sino para que seamos buenos (cf. Os 1- 3).

a.      El profeta de la misericordia (2,16-22)
El actuar de los profetas generalmente se ha manifestado en tiempos de crisis, de pecado, de injusticia y de inmisericordia. Por ello, el profeta Oseas empieza denunciando al pueblo, por su perversión intolerable:
Ø  Recriminen a su madre, que ella no es mi mujer ni yo soy su marido… (2,4). La infidelidad del pueblo a la alianza es como un adulterio. Por eso Dios no tendrá compasión, no se apiadará de su pueblo (cf. 1,4)
Ø  Se ha prostituido vuestra madre… (2,7). Ha buscado en otros dioses los dones de la vida: pan y agua, lana y lino, aceite y vino; ha cometido adulterio. En este sentido es lógico que el esposo-amigo debería abandonarla, pero Dios tendrá misericordia en la línea de Éx 34 6-7; Jon 3-4.

Por tanto, mira, voy a seducirla, la llevaré al desierto, hablaré a su corazón… Me responderá como en tiempos de su juventud, como el día en que subió de Egipto…
Aquel día me llamará Esposo mío, no más ídolo mío… me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia (tsedeq) y derecho (mishpat), en lealtad (hesed) y compasión (rahamim), me casaré contigo en fidelidad (´emunah) y conocerás (yada´at) a Yahvé (cf. 2, 16-22).

Dios que había dicho: “No tendré compasión”, se arrepiente, tiene piedad y reinicia el camino de amor, a fin de que el mismo castigo se vuelva en pedagogía de misericordia.
La misericordia de Éx 34,6-7 que desembocaba en la ´emunah (verdad-fidelidad), culmina ahora en forma de conocimiento amoroso, entrega mutua.

b.      Lealtad al pacto.
Oseas ofrece una genealogía de la misericordia, que va de la justicia y del amor apasionado a la entrega mutua, trazando una historia de ruptura y recuperación, que se expresa en forma de amor total.

Lo primero es la ruptura:

No hay en la tierra verdad, ni lealtad, ni conocimiento de Dios, sino perjurio, engaño, asesinato, robo, adulterio y sangre tras sangre (Os 4,1-2).

En la primera línea encontramos tres gestos de (falta de) misericordia:
1.      (no hay) Verdad.
2.      (no hay) Lealtad.
3.      (no hay) Conocimiento.

En la segunda línea encontramos seis pecados (Éx 20; Dt 5) que son producto de la ruptura de la alianza de misericordia:
1.      Perjurio.
2.      Engaño.
3.      Asesinato.
4.      Robo.
5.      Adulterio.
6.      Sangre.

Esta realidad de la vida del pueblo: una religión sin misericordia, el profeta Oseas la ha querido superarla apelando a la misericordia, que define no solo su mensaje, sino la experiencia mesiánica de Jesús (Mt 9,13; 12,7):

¿Qué haré contigo, Efraín? ¿Qué haré contigo, Judá? Vuestra lealtad (hesed) es nube mañanera… (Os 6,3-4)
Porque yo quiero misericordia (hesed) y no sacrificios (zabaj) y conocimiento de Dios (da´at Elohim), más que holocaustos (´olot) (Os 6,6).

Algunos israelitas identificaban el conocimiento de Dios con una religión de sacrificios sin misericordia: querían ser leales a Dios, pero de manera equivocada. Dios quiere vinculación personal de amor, más que sacrificios porque es un padre materno: Os 11,1-4.8-9.

Lo segundo es la imagen del Padre amoroso, lleno de ternura:

Cuando Israel era niño, yo lo amé y desde Egipto yo llamé a mi hijo… Yo enseñé a andar a Efraín, y lo llevé en mis brazos, pero ellos no advertían que yo los cuidaba. Con lazos de amor los atraía, con cuerdas de cariño… ¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte, Israel?... No cederé al ardor de mi cólera (Os 11,1-4.8-9).

Esta imagen del padre materno que llama a su hijo con lazos de amor y cariño, que lo lleva en  brazos para que no se lastime, que educa y perdona, ofrece una experiencia teológica ejemplar para la humanidad.


3)      Isaías.
El tema de la misericordia aparece en las tres partes del libro con los nombres:
a.      Primer Isaías (1-39). Que actuó en el siglo VIII a.C.
b.      Segundo Isaías (40-55). Profetiza en el siglo VI a.C.
c.       Tercer Isaías (56-66). Profetiza en el siglo IV a.C.

a)      El primer Isaías, la gran advertencia (Is 1-23.28-39)
El profeta Isaías habla y actúa en Jerusalén entre el 739 y el 699 a.C., fue testigo de la santidad de Dios que se manifiesta desde el Templo, y condenó la injusticia social de los poderosos: “Estoy harto de los holocaustos de carneros y grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada” (Is 1,11).

Lavaos, purificaos; aparatad de mi vista el mal de vuestras acciones… Buscad el derecho (mishpat), reprobad (= enderezad) al opresor, haced justicia al huérfano (yatom), defended a la viuda (´almanah). Entonces venid y haremos cuentas, dice Yahvé (Is 1,16-18)

Una vez más se ve la reprobación de una religión centrada en el cumplimiento de la Ley (cf. Is 1,12) en sentido ritual, pero está vacía de misericordia.  El Dios de la misericordia, el de Jesús de Nazaret, no quiere que los sacrificios mejores, sino que cesen.

b)     Segundo Isaías: para que saques de la cárcel a los presos (Is 40-55).
Este profeta alza su voz en torno al 540 a.C., centrando su mensaje en la figura del Siervo de Yahvé en un contexto de destierro.

Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia (tsedaqa), te he tomado de la mano y te guardaré y te he constituido alianza del pueblo y luz para las naciones, para que abras los ojos a los ciegos y saques de la cárcel a los presos y de la prisión a los que moran en las tinieblas (Is 42, 6-7).

            La justicia que trae el Siervo de Yahvé se expresa en dos obras de misericordia:
a.       Abrir los ojos a los ciegos. Es decir iluminar a los hombres para que no caminen en tinieblas.
b.      Liberar a los cautivos y presos.
El pueblo todavía vive en cautiverio, pero lo ilumina ya la esperanza de Dios misericordioso y liberador:
Así dice Yahvé, el que me constituyó Siervo suyo desde el seno materno:
1)      para que trajese a Jacob, para que hiciese retornar a Israel…
2)      para restaurar la tierra, para repartir heredades desoladas,
3)      para decir a los presos salid y a los que están en tinieblas venid a la luz … (Is 49,5.8-12)

Esta revelación misericordiosa de Dios por el Siervo se expresa en tres gestos: retorno de los cautivos, reparto de la tierra, liberación de los cautivos.

c)      Tercer Isaías: verdadero ayuno, el año de Gracia del Señor… (Is 56-66)
El profeta de este tiempo predica entorno al siglo IV a.C., cuando el pueblo de Dios ha regresado del destierro de Babilonia. El profeta presenta a Dios como esposo enamorado de un pueblo ritualmente puro, pero sin misericordia:

Este es el ayuno que yo quiero:
1)      abrir las prisiones injustas, hacer saltar las ataduras de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos,
2)      partir tu pan con el hambriento,
3)      hospedar a los pobres sin techo,
4)      vestir al desnudo y no cerrarte a tu propia carne… (cf. Is 58,6-7)

El profeta entiende el verdadero culto como ayuda a los necesitados, según las cuatro obras de misericordia: liberar, alimentar, hospedar, vestir. El profeta hace un llamado a la justicia, entendida como misericordia.

Había surgido tras el retorno del exilio una fuerte desigualdad, se habían roto los viejos tejidos sociales, muchos pasaban hambre y necesidad, otros paraban en la cárcel por no poder pagar las deudas. En contra de esa situación se elevará la ley del jubileo (Is 1,4; 61, 1-3).

Esta revolución de la misericordia que presenta el profeta tiene tres elementos:
1.      El año jubilar es el año de gracias, es decir agradable a Dios.
2.      Este año jubilar se da cada siete y/o cuarentainueve años. Es el tiempo de liberación.
3.      Pero este año jubilar sería día de venganza y destrucción para los otros. El triunfo de los buenos exige la condena de los enemigos.

Son tiempos duros. Por eso el tercer Isaías es testigo clave del amor entrañable de Dios. El pueblo consiente de su pecado busca en Dios la ternura de una madre:

Alegraos con Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis… mamareis de sus pechos, os saciaréis de sus consolaciones, chuparéis de las delicias de sus senos abundantes… Como un niño consuela su madre, así os consolaré (Is 66, 10-13)

¿Olvidará una mujer a su criatura, dejará de querer al hijo de su vientre? Pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré de ti. En las palmas de mis manos de tengo grabada(Is 49,4-17). Este es el Dios que aparece en la ternura y el cariño de la madre, pero sabiendo que aunque fallara la madre, Dios nunca fallará porque es madre del amor perfecto y mantiene siempre su ternura hacia los hijos de sus entrañas.  

4)      Jeremías
El profeta Jeremías vivió el terrible drama que cayó sobre su pueblo en el 597 y luego en el 587. Más aún, lo previo e intentó preparar para él al pueblo despreocupado. Y éste no lo escuchó, por el contrario Jeremías es rechazado y perseguido. El pueblo prefirió escuchar las voces de otros profetas que lo tranquilizan.

El pueblo practica ciertamente su religión, pero el corazón está ausente de esa práctica. Cree que, como respeta esos ritos exteriores, Dios tiene que protegerle: a él y a la ciudad santa de Jerusalén. Ha hecho de su práctica una seguridad que le dispensa de amar. Jeremías anuncia que Dios va a destruir todas esas falsas seguridades: el arca de la alianza (3, 16), el templo (7 1-5; 26), Jerusalén (19); porque lo que Dios pide no es una circuncisión exterior, en la carne, sino la del corazón (4, 4; 9, 24-25).

El pueblo de Dios está sufriendo una crisis muy fuerte. Ha comenzado un tiempo de disturbios socio-religiosos, por un lado; por otro lado, avanza sobre Jerusalén un gran imperio, que tomará la ciudad (587 a.c.). Antes que suceda el asedio contra Jerusalén, Jeremías proclamó (609-604 a.C.) ante el templo:

Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones… Sino explotáis al extranjero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar… ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso…, y decís estamos salvados, para seguir cometiendo todas esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos esta casa que lleva mi nombre? (Jr 7,3-11).

El profeta Jeremías en este pasaje condena la idolatría (seguir a Baal, adora a otros dioses) y los pecados contra la justicia (robar, matar, adulterar), con la omisión de las obras centrales de misericordia (ayudar a huérfanos, viudas y extranjeros). Siguiendo esta línea Jeremías tiene un discurso sobre la liberación de los esclavos:

Palabra que recibe Jeremías de parte de Yahvé, después de que el rey Sedecías hizo pacto (berit) con todo el pueblo para proclamar una remisión (deror), a fin de que cada uno dejase libre a su esclavo o a su esclavo hebreos… Pero después cambiaron de parecer y volvieron a esclavizar a los que habían dejado en libertad. Entonces vino la palabra de Yahvé a Jeremías, diciendo… (cf. Jr 34, 8-18).

La historia nos dice que jamás se dio la liberación de los esclavos, no hubo un año sabático, ni en tiempos de amenaza.

3.      La misericordia en los Salmos.
El tema de la misericordia tuvo gran importancia en la oración de los judíos, y así aparece en muchos salmos, donde los orantes, necesitados de perdón y protección, se elevan a Dios, invocando su clemencia y pidiéndole su ayuda.

En el Antiguo Testamento, la misericordia de Dios no se expresa solamente con palabras -como, por ejemplo, hesed (fidelidad) o rahamin, amor (plural de rehem: seno materno)- sino también con símbolos, imágenes y actitudes misericordiosas y amorosas de Dios hacia todas las criaturas, y de manera particular, hacia su pueblo. En los cantos de oración, de invocación y de acción de gracias el Señor es celebrado como "piedad y ternura" (Sal 111,4).

El Salmo 51 (el miserere) es la oración más conocida de misericordia de la Biblia y de la liturgia cristiana. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad. Por tu inmensa compasión borra mi culpa…” (Sal 51,1-2). El argumento central es el gozo por el perdón, en línea de Éx 34,6-7, de modo que se puede decir: “Por tu fidelidad (hesed), concédeme tu gracia (hen)… por tu inmensa ternura (rehem) limpia mi pecado…”. 

Dios Padre es paciente y misericordioso. Esta misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con el cual Él revela su amor en la historia de cada hijo e hija. La bondad del Señor que se manifiesta en acciones concretas de perdón, de curación, de ayuda, es casi una "corona" sobre la cabeza del hombre:

"Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias. Él rescata tu vida de la fosa y te corona con su bondad y compasión" (Sal 103,3-4). "El Señor sostiene los que van a caer y endereza a los que ya se doblan" (Sal 145,14). "El Señor libera los cautivos, el Señor da vista a los ciegos, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los honrados y trastorna el camino de los malvados " (Sal 146,7-9). "El Señor sana los corazones destrozados y venda sus heridas...
El Señor tiende su mano a los humildes, pero humilla hasta el polvo a los impíos" (Sal 147,3.6). "El Señor está cerca de los atribulados y salva a los abatidos" (Sal 34, 19).

“Eterna es su misericordia”, es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. La misericordia de Dios hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de salvación. Repetir continuamente: “Eterna es su misericordia”, es verse envuelto continuamente por la misericordia de Dios. En definitiva, toda la eternidad estamos bajo la mirada misericordiosa de Dios: “En el vientre materno ya me apoyaba en ti; en el seno tú me sostenías” (Sal 70,6). Y el profeta Jeremías por su parte nos dice: “Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré…” (Jr 1,5).

4.      La misericordia de Dios en los Evangelios.
Si el Antiguo Testamento expresa la misericordia divina con una multiplicidad de palabras, actitudes y semejanzas, el Nuevo Testamento concentra la manifestación de la misericordia de Dios en la persona y en la obra de Jesucristo: "En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres, por medio de los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos habló a nosotros por medio de su Hijo" (Hb 1,1-2).

Dice san Juan Pablo II en su Carta Encíclica Dives in misericordia (DM): "Cristo confiere a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina un significado definitivo. No solamente habla de ella y la explica con el uso de semejanzas y de parábolas sino que, sobre todo, Él mismo la encarna y la personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia" (DM n. 2). En efecto “Jesucristo, es el rostro de la misericordia del Padre… Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret… (que) con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios” (MV n.1)

1)      La misericordia de Dios en el evangelio de Marcos.
Marcos destaca dos palabras que definen la acción sanadora de Jesús. La primera (splagkhidsomai, del hebreo rehem) evoca cercanía, afecto entrañable, que brota del contacto más hondo con los necesitados. La segunda (eleos, vinculada a hesed) designa la piedad y la fidelidad de Jesús. En efecto, la misericordia de Dios no se empieza expresando a través de unas obras externas de ayuda, sino a través de la palabra. La primera obra de Jesús ha sido enseñar:

Jesús saliendo (de la barca) tuvo misericordia (= esplangnishté) de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles (didaskein) muchas cosas (Mc 6,34).

Frente a la enseñanza de los rabinos, que se sitúa en plano legal, Jesús enseña en una línea de misericordia transformadora, con intensidad, con seriedad, pues la misma palabra cura, limpia a los leprosos, capacita a los hombres y mujeres para vivir en dignidad y libertad. Ésta es para Marcos la primera obra de misericordia: enseñar a los que viven oprimidos y aplastados, a fin de que conozcan y vivan en libertad.

En Mc 10,46-52 se utiliza la segunda palabra clave de la acción misericordiosa de Dios: eleos (misericordia exterior, operativa). Jesús y sus discípulos salen de Jericó para subir a Jerusalén y celebrar la Pascua. Pues bien, allí, a la esquina del camino, yacía un mendigo invidente, llamado Bartimeo:

Y oyendo que pasaba Jesús Nazareno se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten misericordia de mí! Muchos le prendían para que callara. Pero el gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!... (Mc 10,47-48).

Jesús, el Nazareno, no es un Mesías militar, sino un Hijo de David misericordioso, alguien que acompaña en el dolor a los hombres y los cura, expresando así la misericordia de Dios.

2)      La misericordia de Dios en el evangelio de  Mateo.
Mateo recoge y recrea desde Jesús el mensaje y camino del Antiguo Testamento, en un movimiento que incluye siete momentos de misericordia:

1.      Bienaventuranzas, obras de misericordias, centrada en la obra de los misericordiosos (Mt 5,7). Las bienaventuranzas son un don de Dios, pero también un proyecto de vida humana.
2.      Tres justicias: misericordia, oración, ayuno (Mt 6,1-8). Fiel a sus raíces judías, Mateo ha vinculado estos tres pilares de la experiencia religiosa.
3.      Misericordia quiero, y no sacrificio (Mt 9,13; 12,7). Mateo recapitula este lema de Oseas (1,2), tomando la misericordia como clave de toda religión.
4.      Las obras de Cristo, este es mi siervo (Mt 11,2-5; 12,15-21). La misericordia de Dios en Jesús se expresa en unas obras de sanación, que recogen la tradición del Siervo de Isaías (40-66).
5.      Revelación de la misericordia, amor del Padre y del Hijo (Mt 11,25-30). Mateo entiende la misericordia desde el amor entre Jesús y el Padre.
6.      Las cosas más profundas: Justicia, misericordia y fidelidad (Mt 23,23). Mateo reinterpreta la Ley desde estos tres principios.
7.      Las seis obras de misericordia (Mt 25,31-46). Estas condensan el tema de la misericordia: dar de comer y beber, acoger al exiliado y vestir al desnudo, servir al enfermo y encarcelado.

Jesús, mesías de Dios, asume como propios los dolores humanos, incluyendo en su “yo” expandido estas seis necesidades. Sin esta revelación del mesías que comparte el dolor de la historia no se podría hablar de misericordia de Dios con los hombres y de los hombres con Dios, a quien lo vemos y ayudamos en los necesitados. Estas obras mueven a la misericordia desde el sufrimiento, encarnado en el Hijo del Hombre, por eso estas obras son de Justicia, de servicio y de acogida.

3)      La misericordia de Dios en el evangelio de Lucas.
El Evangelio de Lucas es el Evangelio de la misericordia de Dios o, si se quiere, el Evangelio de la historia de la misericordia de Dios, encarnada en Jesucristo. Esta historia se condensa en tres motivos que nos llevan a la centralidad del Nuevo Testamento:
v  Historia de la infancia.
v  Anuncio mesiánico.
v  Parábolas de la misericordia.


1.      Historia de la infancia.
Esta historia de la infancia está relatada con dos himnos de misericordia: el Benedictus Lc 1,68-79 y el Magníficat (1,46-55). Los dos himnos ofrecen la más honda liturgia de alabanza del Nuevo Testamento, centrada en la misericordia de Dios, que se revela por Jesús de forma universal y salvadora. Zacarías cantaba todavía como Israelita; María, por el contrario, entona su himno con Jesús, a quien lleva en su entraña.

2.      Anuncio mesiánico.
El anuncio mesiánico se da como cumplimiento del jubileo. Jesús declara hoy se cumple esta Escritura:

Entró en la sinagoga, tomó el libro… y encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor esta sobre mí; por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres; por eso me ha enviado: para ofrecer la libertad a los presos y la vista a los ciegos; para enviar en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. Enrolló el volumen… y dijo: Hoy… se ha cumplido esta Escritura (cf. Lc 4,16-21).

Como Ungido de Dios (= Mesías, Cristo), retoma Jesús las palabras de Is 61,1-3, introduciendo en ellas una novedad significativa de Is 58,6: “Para enviar en libertad a los oprimidos”. Es el mensajero del Dios de la vida, del perdón y la misericordia que se expresa con gestos concretos.
El anuncio mesiánico: “Hoy se ha cumplido esta Escritura”, se expresa y despliega en cinco obras de misericordias mesiánicas:
v  Anunciar la buena noticia a los pobres. Es decir, a los hambrientos de pan y carentes de esperanza. En efecto, esta es la raíz de su jubileo, que se expande en los momentos siguientes.
v  Proclamar la libertad a los prisioneros. Estos prisioneros que están esclavizados en la cárcel o en el destierro, víctimas de la violencia del poder de los fuertes.
v  Para ofrecer la vista a los ciegos. Solo libera de verdad quien enseña a ver a los que no pueden hacerlo, de manera que ellos se valgan y piensen por sí mismo.
v  Para enviar en libertad a los oprimidos. Las anteriores obras son anuncio, ahora es gesto: enviar en libertad, romper los muros que oprimen a los hombres, a fin de que ellos puedan vivir por sí mismos.
v  Para proclamar el año de gracia del Señor. De esta manera se cumple los momentos anteriores: como una fiesta jubilar. Es tiempo de gozos y libertad, perdón de las deudas, liberación de los esclavos, reparto de las tierras (cf. Lv 25).


3.      Parábolas de la misericordia.
En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta que haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe. Dios, en estas parábolas, es presentado como fuente de misericordia.

1)      La misericordia vista desde la cuneta (Lc 10,25-37)
Un jurista, experto en la Biblia, le preguntó: “Cómo podré heredar la vida eterna”, y Jesús contestó: “Cumple los mandamientos, amar a Dios y al prójimo” (10, 25-28); y como el jurista quisiera justificarse le pregunta a Jesús: “¿quién es mi prójimo?”, Jesús le responde con una parábola:

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos bandoleros que lo desnudaron, lo cubrieron de golpes y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un levita, llego al lugar, lo vio y pasó de largo. Un samaritano que iba de camino llegó a donde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino en las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo cuidó. A1 día siguiente sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: “cuida de él, y lo que gastes te lo pagare a la vuelta”. ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que tropezó con los bandoleros? Contesto - El que lo trató con misericordia. Y Jesús le dijo -Ve y haz tú lo mismo (Lc 10,25-37)

Jesús habla de un hombre asaltado y abandonado medio muerto en la cuneta de un camino solitario. Por fortuna aparecen dos caminantes: primero un sacerdote, luego un levita. Seguro que bajan del Templo, después de realizar su servicio cultual. El herido al verlos pone su esperanza en ellos, sus paisanos, pero los dos dieron un rodeo y pasaron de largo. Aparece en el horizonte del camino un tercer viajero. Es un “odiado samaritano”, miembro del pueblo enemigo. El samaritano “tuvo compasión” y se acercó, se aproximó, se hizo prójimo, porque no tenía prejuicio de ley.

La parábola rompe todos los esquemas y discriminaciones entre amigos y enemigos, entre pueblo elegido y gente extraña e impura. Este es Jesús, el rostro de la misericordia del Padre, que mira desde la cuneta, con los ojos de las víctimas necesitadas de ayuda. Para él, la mejor metáfora de Dios era la compasión por los que sufren. “Ve y has tú lo mismo”: todo herido que encuentro en la cuneta de mi camino es mi prójimo.

Solo ese samaritano, el enemigo, casi hereje, se hizo prójimo del herido de la cuneta con misericordia: tuvo compasión del desconocido. Y, además, realizó con él unas obras de misericordia:
Ø  Lo curó.
Ø  Lo llevó al hospedaje.
Ø  Y pagó la cuenta al hotelero.

2)      La misericordia desde el padre pródigo (Lc 15,11-32)
Esta es una estampa memorable del amor de Dios, reflejada en la compasión y en la ternura de un padre terreno. Se trata de un drama en dos actos. El primero habla de la miseria del hombre. En nuestro caso, de la partida del hijo menor y de la mezquindad del hijo mayor. El segundo, de la misericordia gratuita y sin límites de Dios, que perdona al primero y comprende al segundo. Miseria y misericordia. No delito y castigo, sino delito y misericordia. Si el samaritano ayuda al herido sin conocerlo, el padre pródigo acoge al pobre porque es hijo suyo:

… Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante, cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. E1 hijo le dijo Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a los criados: En seguida, traed el mejor vestido y ponédselo, ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta. E1 hijo mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a casa, oyó música y danzas llamó a uno de los mozos para informarse de lo que pasaba. Le contestó: Es que ha venido tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo. Él se indignó y se negaba a entrar…

El protagonista de esta parábola no es el hijo menor, sino el padre misericordioso, que espera y acoge con festejo al hijo pobre, queriendo que también lo haga su hermano, de forma que convivan y compartan ambos en amor la casa.

En esta parábola vale la pena resaltar lo siguiente: primero que el hijo pródigo emprende el camino de regreso a la casa del padre por una necesidad básica: tiene hambre. No dice que regresa arrepentido, no regresa en busca de cariño. Segundo, que el tema no es el arrepentimiento del hijo menor, sino la ternura del padre, que lo perdona y acoge, sin imponerle obligación alguna. Solo el amor misericordioso puede transformar los corazones duros y fríos. En efecto, primero no es conversión y misericordia, sino misericordia luego conversión.

Nosotros podemos resistirnos a la verdad, podemos resistirnos a la belleza, pero nos caemos rendidos ante la ternura, ante la acogida que perdona generosamente, ante esta maravillosa manifestación del amor gratuito.

Dios Padre en ésta parábola tiene el gesto afligido del que sufre por el hijo que se ha alejado, por la oveja que se ha extraviado, por el caminante asaltado y herido que yace moribundo junto a la cuneta del camino. Es la parábola en que vemos la profundidad del corazón misericordioso de Dios, y también las profundidades del corazón de sus hijos, que tocan las puertas de la casa paterna. Es la historia de la misericordia y la historia de cada uno de nosotros.


III.             VIVENCIA DEL AÑO JUBILAR DESDE LA EDUCACIÓN

En la actualidad, la educación en nuestro país está también pasando por momentos especiales. Vemos en muchos aspectos como el Estado está haciendo todo lo posible para lograr los objetivos de la reforma educativa de cara al 2021: buscando una educación integral, inclusiva y para la vida. Pienso que para lograr los objetivos trazados, estamos en un momento crucial de volver a los orígenes de la educación, en donde la trilogía: profesor, alumno y padre de familia caminaban unidos.

La educación que se imparte en nuestros Centros Educativos se inscribe en un contexto histórico y cultural cambiante y, por lo mismo, lleno de grandes e ineludibles desafíos. Esta realidad nos interpela constantemente y, a la vez, nos conduce a clarificar y precisar mejor la visión antropológica y pedagógica cristiana.

Por otro lado, entorno a estos momentos especiales de nuestra fe, la de volver a la gracia de los orígenes: a la revolución de la misericordia, la educación, en clave cristiana, es un anuncio de la persona de Cristo y una obra de misericordia. El educador cristiano está llamado a tener “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (cf. Flp 2,5), el Maestro, educador por excelencia.

1.      Nuestra realidad.
El Concilio Vaticano II en su Declaración Gravissimum Educationis (GE) dice lo siguiente:

“… la escuela católica, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir eficazmente el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios, a fin de que con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento salvador de la comunidad humana” (GE n. 8).

Es ahí a donde apunta nuestra educación: busca el progreso de la ciudad; prepara para ser misioneros de misericordia, para que cada quien se convierta en salvador de su prójimo. Es decir, que nuestra educación busca el bien  común de los pueblos. Sin embargo, esta meta no se logrará si hay heridas que no han sanado por los golpes tan crueles que sufren muchos estudiantes. No se logrará si las nuevas reformas educacionales aparecen centradas en la adquisición de conocimientos y habilidades, denotando un claro reduccionismo antropológico. No se logrará si nuestro modelo educativo actúa en función de la producción, la competitividad y el mercado. 

Nuestra realidad social: que está plagada de dolor y de injustica, nos permite convertirla desde la fe en nuestro kairós, en un tiempo oportuno, para transmitir una educación cristiana que devuelva la esperanza y dé sentido a la vida de cada educando. Esto implica  educar desde: el amor, la ternura, la compasión y el perdón sin límites, es decir, desde la misericordia al servicio de la vida.

La realidad educativa nos muestra que muchos de nuestros alumnos son hijos del desamor, o sin hogar, o sin esperanza.  Sólo podemos acercamos a esta realidad con el talante de aquel Jesús que pasó por la tierra haciendo el bien. Su estar en el mundo fue de apertura, amor y misericordia. Se trata, pues de educar como él educó a sus discípulos.

2.      Jesús: el pedagogo de la misericordia.
En la sinagoga de Nazaret, Jesús presenta su misión: ungido y enviado por el Espíritu, él vino para “anunciar la Buena Nueva a los pobres, para proclamar la liberación de los presos, para restaurar la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18,19). Enviado por Dios Padre, su misión religiosa consiste en que todos tengan vida, y la tengan en plenitud (cf. Jn 10,10).  

Jesús anuncia esta propuesta con palabras y acciones, él vive lo que anuncia y anuncia lo que vive. Encarnada en la vida y en la historia de su pueblo y de su tiempo, esta propuesta marca un itinerario pedagógico. Veamos algunos elementos de este modo como Jesús educa, para provocar una adhesión a su propuesta y un cambio de vida para esta nueva manera de ver y vivir la vida en clave de misericordia:

1)      Ama su oficio.
En el tiempo de Jesús había muchos maestros (maestros como Hillel, Shammai o Gamaliel), tal cual como en nuestro tiempo, es decir había verdaderos educadores (cf. Jn 3,10) y, también, falsos educadores. Contra estos últimos Jesús tiene palabras muy duras porque “hablan y no hacen, hipócritas, sepulcros blanqueados” (Lc11, 37; 54).

Jesús de Nazaret no se avergüenza de ser llamado maestro, al contrario lo acepta con mucho orgullo: “Ustedes me llaman maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy” (Jn 13,13). Ama su oficio porque viene de Dios Padre (cf. Jn 3,2) y lo demuestra con hechos concretos:
a.       Jesús era maestro sin aula y sin horario. Enseña en todas partes: en las ciudades, en la sinagoga, en las plazas (cf. Mt 11,1; Lc 13,10; Mt 5,12; Lc 13,26).
b.      Enseña en cualquier momento. Los textos evangélicos nos dicen que enseñaba cada día (Mt 26,25) y de noche (Jn 3, 1-2).

2)      Ama a sus alumnos
Esta cualidad se desprende de la primera. Jesús está siempre dispuesto a sacrificarse por ellos, no actúa como el asalariado, que muchas veces le importa que le paguen cada fin de mes. Jesús de Nazaret ama a sus alumnos y lo demuestra de la siguiente manera:
a.       Sacrifica su comodidad y privilegios (Ef 2, 5-7).
b.      Sacrifica hasta su vida (Jn 15, 13).
c.       Se relaciona con sus alumnos de manera grupal y personalizada (Mc 9,31; Jn 20, 27).
d.      Dedica su tiempo a las necesidades de cada uno de ellos (Mt 8,14).
e.       Jesús de Nazaret es accesible. Es discreto y está disponible para responder las inquietudes de los alumnos (Mc 9, 32-33; 29).

3)      Enseña con claridad.
Jesús tiene un estilo de enseñar muy particular. Sabe tocar el corazón y la mente de las gentes. Quiere llegar hasta las gentes más sencillas e ignorantes del pueblo y, lo hace con una pedagogía capaz de revelar los secretos de la misericordia de Dios, con claridad por medio de la realidad conocida. Es una enseñanza para la vida.
a.       Enseña verdades desconocidas por medio de realidad conocida (Mt 15, 17-20; Lc 15, 11-32).
b.      Usa todos los recursos y métodos posibles: preguntas y respuestas (Jn 1, 38); diálogo (Jn 4); conferencia (Mt 5-7); historias y parábolas (Lc 10, 25-37).
c.       Muestra a sus alumnos cómo aplicar lo que les está enseñando (Lc 10, 36-37).

4)      Enseña con autoridad.
Marcos (1,22) lo dice con frase incisiva: «Les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los letrados». La gente sabe que Jesús no es un maestro de la ley. No ha estudiado con ningún maestro famoso. No procede de ningún grupo dedicado a interpretar las Escrituras, sin embargo habla con autoridad, es decir con verdad y misericordia. Tiene su propio lenguaje y su propio mensaje.
a.       Jesús conoce lo que enseña, por eso demuestra que tiene domino en los temas ( Mt 7, 28-29; Lc 4, 31-32).
b.      Enseña con la palabra y con el ejemplo (Jn 13, 15).
c.       Transmite entusiasmo, no es aburrido para los alumnos (Jn 7, 45-46).
d.      No tiene miedo de derribar mitos y tradiciones que no dan vida, por eso presenta ideas revolucionarias y desafía a la tradición vigente (Mt 5, 27-28; 56-48).

5)      Enseña con responsabilidad.
Jesús quiere llegar hasta las gentes más sencillas e ignorantes. Por eso emplea también refranes conocidos por todos. Al pueblo siempre le gustan esos dichos de autor desconocido donde se recoge la experiencia de generaciones. No son dichos originales de Jesús, pero él los utiliza de manera original para enseñar a entrar en el reino de Dios y su misericordia. De su boca salen sentencias directas y precisas que las asume con responsabilidad.

Queda claro que Jesús siempre ejercía influencia positiva a sus alumnos. Del mismo modo él se hace responsable de sus palabras, de una manera mansa y humilde, tal como lo encontramos en los textos:
a.       Era consciente de la influencia que tenía sobre sus alumnos (Jn 2,11).
b.      Usaba su influencia para inculcar valores positivos (Jn 13, 35).
c.       Como buen maestro asumía las consecuencias de sus palabras (Jn 18, 20-21).
d.      Su responsabilidad la ejercía con humildad y mansedumbre (Mt 11, 29).

6)      Transforma vidas con su enseñanza.
            Con lenguaje extraído de la sabiduría popular, Jesús deja entrever de manera inconfundible su propósito. No quiere enseñar a caminar por el «camino ancho», transitado por mucha gente, pero que conduce al pueblo a su perdición. Él desea mostrar un camino diferente; son pocos todavía los que entran por él, pues resulta más «angosto», pero es el camino que conduce a la vida, a la misericordia (Lc 13, 24; Mt 7, 13-14).

Tampoco pretende echar un remiendo de tela nueva a un vestido viejo, pues el rasgón puede ser mayor; ni introducir vino nuevo en odres viejos, pues se podría echar a perder todo, vino y odres (Mc 2, 21-22). La misericordia de Dios exige una respuesta nueva capaz de transformarlo todo de raíz. « ¡A vino nuevo, odres nuevos!».

Dios está ofreciendo su amor compasivo y misericordioso a todos, sin mirar los méritos y desméritos de nadie. La preocupación de Jesús es otra: ¿cómo responder al Padre, que está ya actuando? ¿Cómo vivir ahora bajo la compasión de Dios?
a.       Jesús establece metas desafiantes a sus estudiantes (Mt 10,8).
b.      Jesús utiliza gestos y palabras para mover al cambio de vida (Jn 8, 7-11).
c.       Jesús prepara para la vida eterna (Jn 5,24; 17,3).

7)      Forma otros maestros de misericordia.
Jesús, como gran maestro de la misericordia, capacita a sus alumnos para que ellos también enseñen con la palabra y el ejemplo la misericordia de Dios sobre los hombres.
a.       Delega el poder de la misericordia (Lc 9, 1-2).
b.      Corrige los errores con misericordia (Lc 10,1.17-20).
c.       Celebra los logros (Lc 10, 21).
d.      Capacita y establece las acciones que realizaran los nuevos maestros (Mt 28, 18-20).

En este año Santo Nuestra pedagogía, entonces, no puede ser la del miedo, sino la del amor que comprende, perdona, da vida y salva. La pedagogía del buen pastor que sale en busca de la oveja perdida y se la echa sobre los hombros, la del buen samaritano dispuesto siempre a recoger los incontables malheridos que están, por ahí, regados en las cunetas de la vida, la de aquel que dijo: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,25-30).

 En definitiva, hemos de aferrarnos pedagógicamente a aquello por lo que seremos juzgados al atardecer de la vida, según dice el Evangelio: dar un vaso de agua, visitar a un enfermo, consolar al triste, devolverle el futuro a quien ha perdido la esperanza... enseñando al que no sabe y, tantas otras cosas que están al alcance de los docentes en el campo educativo.


3.      Vivencia del Año Jubilar desde el que hacer educativo.
Así como varios de nuestros alumnos vienen de una realidad de dolor e injusticia, de la misma manera muchos de nuestros educadores vienen de esta realidad. Son cargas que llevan por mucho tiempo, son heridas que aún no han sanado. Queridos maestros y maestras “éste es el tiempo favorable, éste el día de salvación” (2Cor 6,2), éste es el tiempo oportuno para acercarnos al Padre misericordioso como el hijo pródigo.  

1)      Actividades a realizar.
Hay un dicho que dice: “Nadie da lo que no tiene”. Como educadores en este Año Santo para vivir la misericordia de Dios podemos hacer lo siguiente:
a.       Debemos, en primer lugar, colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios (cf. MV n. 13). Especialmente leer y meditar las Parábolas de la Misericordia de san Lucas (Lc 7, 36-50; 10, 25-37, 15, 1-7; 15, 11-37).
b.      Acudir al sacramento de la reconciliación. No tengamos miedo de acercarnos. Es el Sacramento que nos permite vivir en carne propia la grandeza dela misericordia (MV n.17).
c.       Participar por lo menos de una peregrinación a la Puerta Santa. La peregrinación es un signo especial de esta Año Jubilar, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La peregrinación es un estímulo para la conversión: “atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros” (MV n. 14).
d.      Practicar las obras de misericordias corporales y espirituales. Las obras de misericordia corporales:
-          Dar de comer al hambriento.
-          Dar de beber al sediento.
-          Vestir al desnudo.
-          Acoger al forastero.
-          Asistir a los enfermos.
-          Visitar a los presos.
-          Enterrar a los muertos.
Las obras de misericordia espirituales:
-          Dar consejo al que lo necesita.
-          Enseñar al que no sabe.
-          Corregir al que yerra.
-          Consolar al triste.
-          Perdonar las ofensas.
-          Soportar con paciencia las personas molestas.
-          Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Dice el Papa que practicando las obras de misericordia despertamos nuestra conciencia, “muchas veces aletargada ente el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (MV n. 15).

2)      La educación, una obra de misericordia.
En el tiempo de Jesús y hoy, muchos entienden la enseñanza como un medio para alcanzar poder en una sociedad donde el conocimiento se compra, se calcula y almacena como objeto de dominio y consumo, de manera que solo algunos privilegiados pueden superarse por lo que saben, mientras que los pobres siguen aplastados bajo la prosa de la vida. En nuestra sociedad de consumo la educación es una mercancía más donde solo los ricos se dan el lujo de comprarla a cualquier precio, mientras el populorum, la masa, los anawim, siguen condenados a la incultura del panen et circenses reflejado, por ejemplo, en los programas de televisión basura. En medio de esta realidad tenemos que tomar partido: soy un educador del mercado de consumo o un educador de la vida y de la misericordia como Jesús, el Maestro.

Narra el evangelio de Marcos que  “Jesús saliendo (de la barca) tuvo misericordia (= esplangnishté) de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles (didaskein) muchas cosas” (Mc 6,34). Para Marcos la primera obra de misericordia de cara al anuncio del reino de Dios que realiza Jesús es enseñar, no con la ley y el miedo, sino con ternura y compasión, dando esperanza a muchos hombres y mujeres que caminan “como ovejas sin pastor”.

Queridos maestros y maestras, desde vuestra labor como educadores pueden vivir plenamente este Año Santo, agradable a Dios. Dice el libro de Daniel: "los que enseñan la justicia a la multitud, brillarán como las estrellas a perpetua eternidad" (Dan. 12, 3b). Si ejerces tu labor como educador con conciencia y a cabalidad, desviviéndote por los tuyos no te quedarás sin recompensa: “Bienaventurados los misericordiosos, porque los tratarán con misericordia” (Mt 5,7).

Hay una obra de misericordia espiritual que viene muy bien en practicarla desde vuestra vocación como educadores: Enseñar al que no sabe. Jesús, el Maestro, fue un maestro de sabiduría, que ofreció su enseñanza al pueblo de a pie, al pueblo llano, mal guiado por escribas al servicio del poder religioso. Los pobres, son ellos los preferidos del Señor. Quiso abrirles los ojos, para que pudieran descubrir el misterio de Dios misericordia, para que puedan vivir en libertad (cf. Gá 5,13).

Por tanto, ser un educador cristiano es ofrecer humanidad, abriendo espacios de conocimiento y vida para los excluidos del conocimiento y los descartados por la cultura del descarte, sin posibilidades reales de una educación eficaz y humana. Está en sus manos señores educadores de crear una cultura de conocimiento igualitario y liberador, justo y humano, imitando a Jesús Maestro. Maestros y maestras sean educadores del saber, de los valores y de las verdades: el saber se adquiere, los valores se asimilan y las verdades se descubren.


IV.             CONCLUSIÓN

“Éste es el tiempo favorable, éste el día de salvación” (2Cor 6,2). Esto es lo que significa para mí este Año Santo. Es un espacio que se me brinda para acercarnos al Dios misericordioso, compasivo, lleno de ternura y de bondad para vivir en carne propia le perdón y la misericordia. Que habiendo vivido tu misericordia, Señor, no permitas que me sierre en mí mismo, sino que transmita, con mis gestos y palabras, la misericordia de Dios a todos los necesitados que encuentro en la cuneta  del camino de mi vida.  

Quiero terminar este compartir rezando la oración del Papa Francisco para el Jubileo de la Misericordia:

Señor Jesucristo tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.

Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos.

Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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