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La
respuesta nos la ha dado ya Isaías: aunque una madre se pudiera olvidar del
hijo de sus entrañas, Dios no se olvida nunca de los suyos. El salmo ha insistido:
"confiad en él, desahogad ante él vuestro corazón".
En
la página del evangelio que hemos escuchado hoy Jesús llama dos veces a Dios
"vuestro Padre", y nos asegura que si cuida con ese mimo a los
pájaros y a las flores del campo, "¿no hará mucho más por vosotros?",
y que "ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo
eso".
En
la Biblia aparece Dios, a veces, con rasgos maternos. La comparación que hace
Isaías de Dios con una madre, representa un vivo retrato de cómo es Dios ya en
el AT. Se hizo famoso el papa Juan Pablo I cuando afirmó que Dios "más que
Padre, es Madre". Con ello reflejaba las páginas en que en la Biblia
aparece dibujado ese "rostro maternal de Dios", como cuando Jesús se
compara a sí mismo a una gallina que cobija a sus polluelos.
En
el NT se acentúa más todavía el amor de Dios. Hasta la valiente afirmación que
llega a hacer Juan en sus cartas, al decirnos con convicción que "Dios es
Amor". Muchas veces no sabremos explicar cómo Dios puede permitir o no remediar
tanto mal como hay en el mundo. Hoy, las lecturas, no pretenden darnos
respuesta a estos interrogantes. Sí nos invitan a confiar en Dios. Y Cristo nos
ofrece otros criterios de conducta que ciertamente darían más paz a nuestra
vida.
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Empieza
diciendo que no podemos servir a dos señores: Dios y el dinero (Dios y
Mammón). "Servir" es un verbo fuerte. Es como "pertenecer",
obedecer en todo. La postura de Jesús frente a las riquezas y los ricos es bastante
negativa, a lo largo de todo el evangelio. Quiere enseñarnos que las riquezas
no deben ser nuestra obsesión, que no son la meta fundamental, que hay otras
cosas más importantes.
Lo
que sigue es consecuencia de eso ("por eso os digo"). Jesús nos
invita a no agobiarnos ni por la comida ni por el vestido, dos de las cosas que
más nos preocupan siempre. Pone el ejemplo de los pájaros, que comen porque Dios
les ha puesto el instinto de buscar y encontrar comida para sí y para sus
polluelos, y el de las flores, que también saben sacar de la tierra la hermosura
que les caracteriza. En la naturaleza misma se ve cómo Dios ha puesto en
principio un equilibrio sano, que deberíamos saber imitar.
El
verbo que aquí más se repite y se subraya es el de "no os agobiéis" (hoy
sería el equivalente del "estrés"). Naturalmente que hay que comer y
vestirse, y buscar cómo dar de comer y de vestir a los nuestros. Pero sin
agobio. Es como una explicitación de la primera bienaventuranza: "bienaventurados
los pobres.
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