El Documento Pontificio “Misericordia
et misera” (MM) es una Carta Apostólica escrita por el Sumo Pontífice Francisco
el 20 de noviembre de 2016 en la Solemnidad de Cristo Rey. La Carta Apostólica
se publica con motivos de la clausura del Jubileo extraordinario de la
Misericordia. Jubileo que tenía como uno de los objetivo experimentar la
misericordia de Dios Padre en diferentes espacios fuertes, como por ejemplo: la
peregrinación a la Puerta Santa, participando del Sacramento de la Reconciliación
y practicando las obras de misericordia: las corporales y espirituales. Se
busca, pues, con la experiencia de la misericordia del Padre, que cada uno sea
portador de la misericordia donde se encuentre, para que, de este modo, se vaya
forjando una cultura de la misericordia, ante una sociedad muchas veces inmisericorde.
MM. es una Carta muy
pequeña, con apenas 22 numerales, con una introducción muy breve. En la
introducción el papa Francisco da a conocer la razón del nombre de la Carta: “Misericordia
et misera” son las palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro
entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8, 1-11)”. Dicha expresión nos transporta a
esa experiencia fuerte que se da entre la miserable y la misericordia. Mientras
todos querían dar muerte a la mujer por el pecado cometido, Jesús - La Misericordia
– le ofrece perdón y salvación. Gran
enseñanza que nos da Jesús, pues él si se preocupa por el pecado no es para dar
muerte, sino para dar vida por medio del perdón y la misericordia. En efecto,
con la encarnación del Dios - con - nosotros “La miseria del pecado ha sido
revestida por la misericordia del amor” (MM 1).
De los numerales del 1-4
el papa Francisco resalta aspectos importantes que se ha aprendido y vivido en
el Año Santo de la misericordia:
a.
La
misericordia es la razón de ser de la Iglesia.
b.
Todo
se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del
Padre.
c.
La
misericordia nos lleva a mirar más allá y a vivir de otra manera. La conversión
se da por la misericordia. La misericordia cambia la vida.
d.
El
perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar
a lo largo de toda su vida.
e.
Nada
de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios
queda sin el abrazo de su perdón.
f.
La
misericordia es esta acción concreta del amor, que perdonando, transforma y
cambia la vida.
g.
La
misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una
vida nueva.
h.
Necesitamos
testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras
que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales.
Seguidamente de los
numerales 5-20 el Papa nos propone cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría
y entusiasmo la riqueza de la misericordia divina, porque, si en verdad ha
terminado el Jubileo y la Puerta Santa se ha cerrado, “Pero la puerta de la
misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par”. Para
ello sugiere el papa Francisco seis acciones concretas:
a.
Celebrar
la misericordia.
b.
La
escucha de la Palabra de Dios.
c.
Celebrar,
conocer y difundir la Palabra.
d.
La
celebración del Sacramento de la Reconciliación.
e.
La
consolación.
f.
La
práctica de las obras de misericordia.
1. Celebrar
la misericordia.
Estamos llamados a
celebrar la misericordia de Dios, porque en la liturgia, “la misericordia no
solo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive” (MM 5) en cada
momento. Es, pues, el amor, el primer acto con el que Dios se da a conocer y
viene a nuestro encuentro en cada momento de la celebración eucarística para
permanecer junto a nosotros a pesar de nuestras pecados e infidelidades.
2. La
escucha de la Palabra de Dios.
La escucha de la
Palabra se vive en la celebración eucarística, produciéndose un verdadero
diálogo entre Dios y su pueblo. El papa Francisco nos dice que “En la proclamación de las lecturas bíblicas,
se recorre la historia de nuestra salvación como una incesante obra de misericordia
que se nos anuncia. Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se
«entretiene» con nosotros, para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero
de la vida. Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y
preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente
su cercanía” (MM 6). El Dios de la misericordia que se ha revelado, en la
historia de la salvación, es el mismo que nos sigue hablando hoy haciéndose
cercano, como a los caminantes de Emaús, en el camino de nuestra historia. Por ello, recomienda el Papa a todos los
sacerdotes a preparar la homilía y a tener cuidado en la predicación. “Ella
será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo
la bondad misericordiosa del Señor. Comunicar la certeza de que Dios nos ama no
es un ejercicio retórico, sino condición de credibilidad del propio sacerdocio.
Vivir la misericordia es el camino
seguro para que ella llegue a ser verdadero anuncio de consolación y de
conversión en la vida pastoral” (MM 6).
3. Celebrar,
conocer y difundir la Palabra.
La Biblia, que
contiene la palabra de Dios, se encarna en unas coordenadas culturales concretas,
asumiendo y creando formas y modelos de vida conforme al Creador. Ella es la
gran historia que narra la misericordia de Dios. Desde el primer libro sagrado
Dios ha querido impregnar en el universo el sello de su amor, llegando a su
plenitud en la encarnación: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida
eterna” (Jn 3,16).
Porque encontramos en
la Biblia la gran historia de la misericordia de Dios el Papa desea que “la
Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos
ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia”
(MM 7). Una de las técnicas para entrar en el procedo del conocimiento de la
Palabra y para que la vida espiritual es fortalezca y crezca es la práctica de
la lectio divina. En definitiva, es
un gran reto a tener en cuenta en el trabajo pastoral con las cofradías,
hermandades, comunidades, grupos juveniles, entre otros, para que dediquen un
tiempo en sus reuniones para hacer la lectio
divina con los textos que abordan directamente el tema de la misericordia
de Dios. Ahora bien, está demás recalcar que el acompañamiento del párroco o
del animador es de vital importancia para el fortalecimiento y crecimiento
espiritual por medio de la lectura orante de la Palabra.
4. El
Sacramento de la Reconciliación.
En el Sacramento de
la Reconciliación es el espacio propicio donde Dios mismo sale a nuestro
encuentro, cual padre del hijo pródigo, y con un abrazo de perdón y
misericordia nos devuelve la gracia de ser sus hijos. Es un espacio también
para empezar un camino de conversión, porque “Dios muestra la vía de la conversión
hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se
obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad” (MM 8). Ahora bien,
experimentar el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación, lleva
consigo un compromiso práctico: perdonar a los demás como Dios nos ha perdonado
nuestros pecados (cf. Mt 6,12).
Para que la gracia
del Jubileo siga siendo viva y eficaz el Papa pide que el trabajo pastoral de
los Misioneros de la Misericordia no cese hasta una nueva disposición.
Asimismo, el Papa pide a los sacerdotes “prepararse con mucho esmero para el
ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal (MM 10), por
ello pide a los ministros de la misericordia que sean:
-
Acogedores
con todos.
-
Solícitos
en hacer reflexionar sobre el mal cometido.
-
Claros
en los principios morales.
-
Disponibles
para acompañar en el camino penitencial.
-
Prudentes
en el discernimiento en cada caso.
-
Generosos
en el momento de dispensar el perdón de Dios.
Definitivamente el ejercicio de
estas acciones por parte de los ministros de la misericordia exige mucha
oración y preparación espiritual e intelectual.
Otra medida dada por el Papa, muy
aplaudida por los fieles y por muchos pastoralistas, aunque tomada con mucho
temor por los moralistas, es la facultad que da a todos los sacerdotes de
absolver a todos aquellos que han procurado el pecado del aborto, porque “No existe
ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a
él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el
principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la
misericordia divina.” (MM 11). En definitiva, nadie que se haya arrepentido de
verdad puede quedarse sin vivir la misericordia de Dios Padre. “Por tanto, que cada
sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en
este camino de reconciliación especial” (MM 12).
5. La
consolación.
Dios en el profeta Isaías dice:
“Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40,1). En los evangelios encontramos a
Jesús en varios momentos consolando al pueblo o a personas en particular, como por
ejemplo a la viuda de Naín: “Al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le
dijo: “No llores” (Lc 7, 13). La consolación es el remedio espiritual para
sanar el dolor, la soledad, la tristeza, la frustración, la incomprensión. Todos,
de alguna manera hemos pasado por uno de estos sentimientos o experiencias, por
eso todos tenemos la necesidad de consuelo.
Ante tanto dolor y sufrimiento
que vemos en la sociedad, en la familia, en la vida personal del hombre y la mujer
Dios permanece cercano para consolar, por medio de expresiones como: “Una
palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que
hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte… A veces también el silencio es de gran ayuda;
porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los
interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir
por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano”
(MM 13).
6. La
práctica de las obras de misericordia.
“Por su misma naturaleza, la misericordia
se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la
ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y
transforma la vida” (MM 16). La misericordia no se revela en lo abstracto o por
medio de un discurso, sino que se da a conocer de una manera concreta. No hay
mejor manera de hacer visible y de transmitir la experiencia transformadora de
la misericordia de Dios que con la práctica de las obras de misericordia.
Todavía hay en el mundo
poblaciones enteras que sufren hambre, sed, que no tienen un techo donde pasar
la noche, hermanos que huyen de sus países por la guerra o el hambre, hay
muchos poblaciones sumergidas en el analfabetismo. El valor social que encarna
las obras de misericordia “nos impulsa a ponernos manos a la obra para
restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y
hermanas, llamados a construir con nosotros una «ciudad fiable»” (MM 18). Por
ello “Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia,
basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la
que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el
sufrimiento de los hermanos” (MM 20).
Estamos viviendo un tiempo
propicio para vivir y practicar la misericordia. Dice el papa Francisco: “Este es el tiempo de la misericordia.
Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía
nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón
para plasmarlo y hacerlo capaz de amar.
Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie
piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que
los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de
hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la
mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto
lo que es fundamental en la vida. Es el
tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y
de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre” (21).
Aprovechemos este tiempo, desde
el lugar donde nos encontremos, para crear una cultura de humanidad y de
misericordia. Que nadie muera por hambre, por sed o por frío; que nadie muera
por buscar la paz y la salud; que nadie muera sin conocer la misericordia de
Dios.