viernes, 12 de agosto de 2016

SAN FRANCISCO DE ASÍS: UN HOMBRE DE PAZ Y BIEN


Erick Liberato L.



San Francisco de Asís (1182-1226) es venerado en todo el mundo como una de las figuras de las que más orgullosos nos sentimos no solo los franciscanos, sino todos  los seres humanos, creyentes o no. En su biografía, escrita por diferentes biógrafos, se hacen visibles y realizables una serie de sueños que “todos” arrastramos a lo largo de la vida y que cobijamos en lo más hondo de nuestro corazón: una relación tierna y amorosa con Dios, Padre y Madre de bondad infinita; un amor puro y natural a todas las cosas, nuestras “hermanas”; una alegre aceptación de la muerte como amiga que acompaña al homo viator en esta existencia; entre otros.

Todas estas características de Francisco y  su espiritualidad se ven resumidas en la “Oración por la paz”, también conocida como “Oración de San Francisco” - si bien hay que reconocer que esta oración no proviene directamente de la pluma del Francisco histórico. Sin embargo, sin la espiritualidad de san Francisco hubiera sido imposible tener una “Oración por la paz” tal cual.


Este hombre de paz y bien nace en una familia burguesa, cuyos padres son: Pedro Bernardone, y mandona Pica. Su padre era un importador de tejidos franceses. Para cuando nace Francisco su padre no se encontraba en casa. Pica alumbra a Francisco y en la ausencia de su esposo le pone por nombre Juan. Cuando Bernardone regresa de sus viajes de negocio le cambia el nombre de Juan por el de Francesco, en honor a Francia. Al respecto, el biógrafo Tomás de Celano en su Segunda Vida dirá que fue la Providencia divina quien pondrá el nombre de Francisco (Celano, 2003).

Como en las familias de entonces, la esposa era la que se encargaba de la educación de los hijos. En este sentido, Francisco recibirá de su madre una buena educación: en la fe y en valores.  El biógrafo Tomas de Celano en su segunda vida afirma lo siguiente a cerca de Pica: “Porque a los vecinos, que admiraban la grandeza del alma y limpieza de costumbres de Francisco, les respondía así, como inspirada por Dios: “¿Qué vendrá a ser este hijo mío? Veréis que por sus méritos llegará a ser hijo de Dios[1](Celano, Su Conversión, 2003). Aprendió a leer y escribir en la escuela de la ciudad llamada San Jorge. En dicha escuela se forjará un hombre con alma de artista, creativo, voluntarioso, altruista al máximo y con tendencia a imponerse sobre los demás.

Su don de ser líder, que ya lo manifestaba en su niñez, lo desarrollará en cierta medida en su juventud demostrando un trato muy humano para con el prójimo. Pues, el biógrafo Celano en su Primera Vida  lo describe como un joven alegre y expansivo por naturaleza, con talla de líder entre los amigos. Tenía buenos sentimientos y, más que generoso, era derrochador, y muy vanidoso (Celano, Su género de vida mientras vivió en el siglo, 2003). Es decir, era un joven que estaba a la moda de la época. Estas características del joven Francisco harán que tenga muchos seguidores y cómplices en los afanes de la juventud de la época.

Dice 1Cel 2 “y aunque era muy rico, no estaba atado de avaricia, sino que era pródigo”. Vemos que ya en esta parte de su juventud Francisco está encarnando lo que dice la “Oración de la paz”: “Dando es como se recibe”. En efecto, esta cualidad de Francisco de ser desprendido de las materiales lo llevará a abrazar a Cristo pobre y crucificado de manera tal que quedará totalmente unido a él. Francisco se desprendió de las cosas materiales para darse totalmente a la vida según el Evangelio. El teólogo Leonardo Boff dice:

“La economía de los bienes espirituales obedece a una lógica inversa: cuanto más damos, tanto más recibimos; cuanto más entregamos, tanto más tenemos. Cuanto más amor damos, cuanta más solidaridad demostramos, cuanto más afecto repartimos y más practicamos el perdón, tanto más ganamos como personas y tanta mayor estima recibimos. Los bienes espirituales son como el amor: al dividirse se multiplican. Son como el fuego: al esparcirse aumentan” (Boff, 2000).

Por tanto es dando como se recibe, es dando como uno se hace más humano, es dando como uno se configura con Cristo. Sin embargo, en nuestra vida personal vemos que son innumerables las veces en que se recibe mucho más de lo que se da.

Este afán por las fiestas y diversiones pronto terminará, porque Francisco quiere no solo ser el hijo de un burgués, sino que quiere algo más, busca honor y respeto en la sociedad, por eso buscando el sueño de ser caballero participa de dos guerras. La primera fue entre Asís y Perusa. En noviembre de 1201 el ejército de Asís  fue derrotado en Ponte San Giovanni, y Francisco permaneció un año prisionero en Perusa, antes de que un acuerdo de paz le permitiera regresar a su casa con su familia. En la segunda guerra se enrola con las fuerzas del Papa para luchar contra el emperador Federico II. Cuando llega a Espoleto, animado por el sueño de las armas y convencido de que su marcha a la Pulla va a tener un feliz resultado, Francisco en sueños escucha la voz del Señor que le dice: “¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?” “El Señor”, respondió Francisco. Y el otro: “¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del señor?” Replica Francisco: “¿Qué quieres que haga, Señor”? El Señor le responde: “Vuelve a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente” (Celano, Su Conversión, 2003).

Ya en casa de sus padres, la gracia de Dios está transformando la mente y el corazón de Francisco. Él es consciente que  la cautividad en la cárcel de Perusa y la enfermedad lo han vuelto ensimismado y pensativo. Que los ambiciosos proyectos de su padre no son de su agrado. La gracia de Dios lo lleva a tener actitudes muy diferentes como: buscar lugares solitarios donde entregarse a la oración. Rehuir  la vida de sociedad. Tener como casa los leprosorios. Es ahí entonces donde Francisco vive una experiencia profunda y trascendente: lo amargo se le transforma en dulzura. Las náuseas producidas por la visión de la lepra se le tornan compasión, y siente una sensación nueva: encuentra alegría, más aún, dulzura y ternura. Esta experiencia profunda que tiene con Dios y con los leprosos (1205) lleva a Francisco a dar un cambio radical en su vida de cara al Evangelio, siendo hoy en día considerado como el hombre de la paz y bien.

Francisco de Asís es el hombre de paz y bien. En efecto cumplió varios gestos que le merecen el ser considerado como icono de todos aquellos que anhelan ardientemente la paz y trabajar por construirla: su intervención a favor de la paz en Arezzo y en otras ciudades (cf. 2Cel 108; Fl 11), el episodio del lobo de Gubio (cf. Fl 21), la reconciliación con los ladrones de Montecasale (cf. LP 115), la reconciliación entre el Obispo de Asís y el Podestá de la misma ciudad (cf. LP 44), el encuentro con el Sultán Melek el Kamil durante las cruzadas (cf. 1Cel 57), el saludo de paz que usaban los frailes revelado por el Altísimo a san Francisco (cf. Test 23), y el canto de la armonía de la creación, cantada por el santo de Asís en el Cántico de las Criaturas (Rodríguez Carballo, 2011) .

Francisco es tan pobre que sólo tiene a Dios y ello le lleva a encarnar “en modo ejemplar la bienaventuranza proclamada por Jesús en el Evangelio: ‘Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios’ (Mt 5, 9). El testimonio que él dio en su tiempo lo hace natural referencia para cuantos hoy cultivan el ideal de la paz, del respeto por la naturaleza, del diálogo entre las personas, entre las religiones y las culturas”. Francisco, en palabras de Juan Pablo II es “el apóstol de la paz”.


La paz y el bien, al estilo de Francisco, no se construye sólo a través de la diplomacia y de la política, sino sobre todo a través de un movimiento espiritual que encuentra en la oración su punto culminante. La paz es un don de Dios y hunde sus raíces en el corazón de cada uno: “La paz que anunciáis con la boca, tenedla todavía más abundante en vuestros corazones”, decía san Francisco a sus hermanos (Tres Compañeros 35). En efecto, es en la oración donde nos descubrimos hermanos, la oración nos libra del egoísmo, del odio y de la venganza, en la oración construimos la paz dentro de nosotros mismos y fuera de nosotros. Es en la oración donde orientamos nuestras vidas hacia el bien.


En el pobre Francisco hay que buscar al Dios que de la misericordia, de la paz y el bien, de la ternura y de la compasión. En el atormentado Francisco - por los dolores de su enfermedad y las llagas - hay que indagar sobre aquello que lo llenó de esplendor y lo fundió con una mirada y una confianza en algo imponderable, innombrable, absolutamente poético. Quizá en Francisco podríamos encontrar aquello que se despliega como una suerte de acontecer de la verdad y que es de una hermosura tan tremenda que sólo los pintores como Giotto, y el color azul, atisbó a mostrarlo.


Bibliografía

Boff, L. (2000). Porque es dando como se recibe. En L. Boff, La Oración de San Francisco. Un mensaje de Paz para el mundo de hoy (pág. 129). Bilbao: Sal Terrae.
Celano, T. (2003). Su conversión. En J. Á. Guerra, San Francisco de Asís. Documentos y Biografías de la época (pág. 250). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su Conversión. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías de la época (pág. 251). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su Conversión. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías Documentos de la Época (págs. 252-253). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su género de vida mientras vivió en el siglo. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías de la Época. (pág. 164). Madrid: BAC.
Rodríguez Carballo, F. (2011). El Espíritu de Asís nos Interpela. Roma.






[1] Se tiene que tener en cuenta el objetivo por el que Escribe Tomás de Celano la Segunda vida de Francisco, puesto que en la Primera Vida Celano dirá que Francisco será educado por sus padres de manera licenciosa (1Cel 1) es decir que era atrevido y carente de moralidad. 

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