El
Papa Francisco en la Bula Misericordiae Vultus (MV) nos comparte su gran deseo
de llevar la bondad y la ternura de Dios a todos los hombres del mundo: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados
de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y
la ternura de Dios!” (MV n. 5).
Una
de las funciones principales de la Iglesia es la de santificar las almas y
hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, en este sentido el Papa san
Juan XXIII en su Carta Encíclica Mater et Magistra sostiene: “Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia
católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los
siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente,
todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo” (MM n
1). En efecto, la santa Iglesia, por medio de sus pastores – santos y
eximios- desde sus inicios ha buscado los medios necesarios para que cada
persona experimente en carne propia, ya en esta vida, el perdón y le
misericordia de Dios.
En
este sentido, una de las maneras para gozar de la gracia divina, del perdón y de la misericordia de Dios es la indulgencia. La indulgencia tiene que ver con: la
confesión, los pecados, la redención y la comunión de los santos.
Es
conveniente precisar algunos puntos. El Catecismo de la Iglesia Católica define
claramente qué es indulgencia: “La
indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo
determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como
administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de
las satisfacciones de Cristo y de los santos” (CEC n. 1471). Asimismo nos
dice que hay dos tipos de indulgencias: parcial y plenaria.
Uno
de los efectos de nuestro bautismo es que se le borra el pecado original y
todos los pecados cometidos hasta entonces por el creyente. Pero eso no quiere
decir que el hombre bautizado nunca va a volver a pecar en su vida. Como frágil
y débil muchas veces caerá en la tentación y pecará. Ahora bien, cuando el hombre peca adquiere la condición de
pecador, se aleja del Señor y queda, en efecto, inclinado al mal. La manera
cómo se restablece la reconciliación con Dios es participando del sacramento de
la reconciliación. Pero, el pecado no solo exige decir la culpa por medio del
sacramento de la reconciliación, sino que exige también, en justicia, una
reparación, que se llama también pena, expiación o penitencia. En este sentido,
la Indulgencia va dirigida para la remisión de la pena temporal. Por tanto, no
se debe confundir con el sacramento de la reconciliación.
Ahora
bien, para el tiempo de san Francisco de Asís y antes de la Indulgencia de la
Porciúncula no se reconocía en la
Iglesia otra indulgencia plenaria que la otorgada a los que tomaban la cruz e
iban a combatir por la Tierra Santa. En efecto, todo cruzado, con sólo confesarse,
obtenía remisión completa, no sólo de todas las penas eclesiásticas, sino
también de todas las del purgatorio, de modo que su alma podía pasar
inmediatamente de su envoltura corporal a la gloria del paraíso.
Esta
indulgencia de la cruzada, que se llamaba indulgencia de Tierra Santa, fue
después extendida a los que, impedidos por alguna causa grave, no podían ir a
la guerra santa, pero contribuían a ella con dinero o con tropas armadas.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZNtrAp4cTkSweEOHFtnNo1X1uONOph0inljFLrtLleQf6jdiRomi5Ak_MzYU-vnUDBW4sGWty49ospUp9Msln8BnzYobjpZeB3vcMZWwch4XVcySRw1eWJbVS2OZnkFfkoITc2CagROE/s1600/3.jpg)
Cómo
no amar esta pequeña porción de tierra donde tiene experiencia de Dios; cómo no
amar este lugar, cuna del franciscanismo, donde nuestra Santísima Madre
demuestra singular predilección. Cómo no amar este lugar donde se respira el
aroma del perdón y la misericordia. Según Tomás de Celano, tuvo el Santo cierto
día una extraña visión en que vio gran multitud de hombres de todas las razas y
pueblos afluir a la pequeña iglesia de la Porciúncula buscando el perdón y la
misericordia de Dios (cf. 1 Cel n. 27).
Y
es aquí, en la capilla de Santa María de la Porciúncula, según narran los
documentos de la época, donde san Francisco tiene una visión acerca de la
indulgencia que tiene que solicitar al Papa Honorio III: «Estando el
bienaventurado Francisco en Santa María de la Porciúncula, le fue revelado del
Señor que se acercase al Sumo Pontífice Honorio III, que entonces se hallaba en
Perusa, a fin de impetrar de él la indulgencia para la dicha iglesia de Santa
María que había reconstruido. El papa Honorio permaneció en Perusa hasta el 12
de agosto. Levantándose Francisco de mañana, llamó a su compañero fray Masseo
de Marignano, se presentó con él al dicho señor Honorio y le dijo:
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiBewC4aFEueLRXEPG6Q86oBWY3WOfunvfC_-wA6zH5ghJieA8O7pkMW-pkfdOGAQ8bX6KasHorVZoV7BS2tE-7AIlNr7XqN_mLVEgg-f52-MHlUr_2RwoHtOD_jIyFAHsMQqTOEnEJRqs/s1600/4.jpg)
Le
respondió que convenientemente no podía hacerse esto, pues el que pide
indulgencia, menester es que la merezca aportando ayuda:
--
Pero indícame cuántos años quieres y qué indulgencia deseas se ponga allá.
A
lo que respondió San Francisco:
--
Santo Padre, plegue a Vuestra Santidad darme no años, sino almas.
Y
el señor Papa le dijo:
--
¿Cómo quieres las almas?
El
bienaventurado Francisco respondió:
--
Santo Padre, si a Vuestra Santidad le agrada, quiero que cualquiera que venga a
esta iglesia confesado y contrito y absuelto como conviene por el sacerdote,
quede libre de pena y de culpa en el cielo y en la tierra desde el día del
bautismo hasta el día y la hora que entró en esta dicha iglesia.
El
señor Papa le respondió:
--
Mucho pides, Francisco, pues no es costumbre de la Curia romana conceder tal
indulgencia.
El
bienaventurado Francisco le replicó:
--
Señor, no lo pido de mí; lo pido de parte del que me envió, el Señor
Jesucristo.
Entonces
el señor Papa exclamó tres veces:
--
Pláceme que la tengas.
Los
señores cardenales que estaban presentes respondieron:
--
Mirad, señor, que si a éste le concedéis tal indulgencia, destruís la
indulgencia de Ultramar, y se reduce a la nada y por nada será tenida la
indulgencia de los apóstoles Pedro y Pablo.
Respondió
el señor Papa:
--
La hemos dado y concedido, y no es conveniente revocar lo hecho. Pero la
modificaremos fijándola en un solo día natural.
Llamó
entonces a San Francisco y le dijo:
--
¡Ea!, concedemos desde ahora que cualquiera que viniere y entrare en dicha
iglesia bien confesado y contrito, quede absuelto de pena y de culpa, y
queremos que esto sea valedero perpetuamente todos los años, solamente por un
día natural, desde las primeras vísperas del día hasta las vísperas del día
siguiente.
Entonces
Francisco, después de inclinar con reverencia la cabeza, comenzó a salir del
palacio. Viendo el Papa que se iba, le llamó y le dijo:
--
¡O simplón! ¿Adónde vas? ¿Qué garantías
llevas tú de la indulgencia?
Y
el bienaventurado Francisco respondió:
--
Me basta vuestra palabra. Si es obra de Dios, Él mismo la manifestará. No
quiero otro instrumento, sino que la bienaventurada Virgen María sea la carta,
Cristo el notario y testigos los ángeles.
Él
tornó de Perusa hacia Asís, y llegando a medio camino, al lugar que se llama
Collestrada, donde había hospital de leprosos, descansando un poco con su
compañero, se durmió. Despertóse, y después de la oración llamó al compañero y
le dijo:
--
Fray Masseo, te digo que, de parte de Dios, la indulgencia que me ha concedido el sumo
Pontífice ha sido confirmada en los cielos» (Diploma del obispo Teobaldo).
Es
así como en julio de 1216, Francisco pidió en Perusa a Honorio III que todo el
que, contrito y confesado, entrara en la iglesita de la Porciúncula, ganara
gratuitamente una indulgencia plenaria, como la ganaban quienes se enrolaban en
las Cruzadas, y otros que sostenían con sus ofrendas las iniciativas de la
Iglesia. De ahí el nombre de Indulgencia de la Porciúncula o Perdón de Asís.
Si
bien es cierto no hay un documento que certifique la Indulgencia de la
Porciúncula, lo cierto es que la Iglesia ha seguido, hasta nuestros días,
otorgando y ampliando esa gracia extraordinaria. En la actualidad, esta
Indulgencia puede lucrarse no sólo en Santa María de los Ángeles o la
Porciúncula, sino en todas las iglesias franciscanas, y también en las iglesias
catedral y parroquial, cada 2 de agosto, día de la Dedicación de la iglesita,
una sola vez, con las siguientes condiciones:
1. Visitar una de las iglesias
mencionadas, rezando la oración del Señor y el Símbolo de la fe (Padrenuestro y
Credo).
2. Confesarse, comulgar y rezar por
las intenciones del Papa, por ejemplo, un Padrenuestro con Avemaría y Gloria;
estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que
la comunión y la oración por el Papa se realicen en el día en que se gana la
Indulgencia.
San
Francisco de Asís, el santo querido por creyentes y no creyentes, predicó
ante todo la penitencia y la conversión de los pecadores desde la humildad y
simplicidad. Quiso compartir el amor, el perdón, la ternura y la misericordia
de Dios con todos los hombres. Que también nosotros salgamos al encuentro de
cada persona llevando la ternura y la misericordia de Dios.
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