Por: Erick Liberato
1. SU
ESTILO DE VIDA
Una
pésima costumbre
En el valle de
Espoleto, en la ciudad de Asís, hubo una pareja de esposos: Pedro Bernardone y
Pica, quienes trajeron al mundo a un hombre llamado Francisco. Este hombre
“desde su más tierna infancia fue educado licenciosamente por sus padres, a
tono con la vanidad del siglo… llegó a superarlos con creces en vanidad y
frivolidad” (de Celano, 2003, pág. 164) . Esta pésima
costumbre de la época hace que los jóvenes, a medida que van pasando por las
etapas de desarrollo humano, se zambullen en todo género de disolución, estando
sujetos, de esto modo, a toda vida de pecado.
El
Primero en todo
Ya de Joven Francisco
era el centro de atención de todos y se esforzaba por ser el primero en pompas
de vanagloria, en los juegos, en los caprichos, en palabras jocosas y vanas, en
las canciones y en los vestidos suaves y cómodos (de Celano, 2003, pág. 165) . Éstos con los
tristes principios en los que se
ejercitaba desde su infancia este hombre a quien, sólo la gracia y la
misericordia de Dios, lo podían enderezar y conducir por el camino de la
perfección.
La Prodigalidad
Sus padres de Francisco
eran muy ricos, porque eran burgueses. Siendo ya adulto ejerció el oficio de su
padre, o sea, el comercio, pero de forma muy diferente: fue mucho más alegre y
generoso que él, dado a juego y cantares. Era tan pródigo en gastar, que cuanto
podía tener y ganar lo gastaba en comilonas y otras cosas. Es decir era un
despilfarrador de todo lo que es la opulencia mundana. Sus padres le permitían
todo eso porque lo querían mucho (Compañeros, 2003, págs. 541-542) .
A pesar de ser un
comerciante muy pródigo y despilfarrador, nunca fue un hombre apegado a la
avaricia. Era un hombre muy humano, siendo generoso y afable con todos.
El
Mendigo
Un día en que estaba en
el mostrador de telas, se le presentó un pobre que le pedía limosna por amor de
Dios. Pero Francisco, preocupado por la venta, le negó la limosna al mendigo.
Pero inmediatamente, iluminado por la gracia divina, censuró su dureza de trato
y se dijo asimismo: “Si el pobre te hubiera pedido algo en nombre de algún gran
conde o barón, de seguro que se lo hubieras dado; pues ¡con cuánta más razón
debiste hacerlo por el Rey de reyes y Señor de todo!” (Compañeros, 2003, pág. 542) .
Francisco hizo una firma
promesa: no negar nada en adelante a quien le pidiera algo por amor de tan gran
Señor.
2. EL
PROCESO DEL ENCUENTRO CONSIGO MISMO
Prisionero
en la cárcel de Perusa
Cuando Francisco se
hallaba prisionero en la cárcel de Perusa, podemos descubrir uno de los
primeros signos de que en su corazón se estaban dando algunos cambios
fundamentales y trascendentes. La Leyenda de los Tres Compañeros nos narra un
importante episodio:
«Un día en que sus
compañeros de cautiverio estaban tristes, él, que por naturaleza era alegre y
jovial, lejos de aparecer triste, se mostraba gozoso. Por ello uno de los
compañeros lo reprochó como si fuese un insensato, pues se alegraba estando
encarcelado. A esto respondió Francisco con voz firme: “¿Qué pensáis de mí?
Todavía he de ser honrado en el mundo entero”» (Compañeros L. d., 2003, pág. 542) .
Es la actitud de un
joven que ya se encuentra preocupado por su proyecto personal con ideales
nobles y grandes.
La
enfermedad
La enfermedad puede servir para la
purificación personal y para afrentar la vida con más realidad. Así, pues, pasado
un año y firmada la paz entre las dos ciudades Perusa y Asís, Francisco volvió
a Asís con sus compañeros de prisión. Estando en casa cae gravemente enfermo. En
ese momento ignoraba todavía los planes de Dios que tenía para él y estaba
dedicado a las actividades comerciales de su padre, que lo distraían.
San Buenaventura (LM 1.2) dice que
«todavía no había aprendido a contemplar las realidades celestiales ni estaba
acostumbrado a gustar las cosas divinas», pero luego agrega: «Dado que el
sufrimiento hace comprender la lección espiritual, se posó sobre él la mano del
Señor y el cambio de la diestra del Altísimo, afligiendo su cuerpo con una
larga enfermedad, para hacer su alma apta a la unción del Espíritu» (Buenaventura,
2003, pág. 400) .
El
sueño del palacio lleno de armas
Los biógrafos más
antiguos coinciden en presentar un episodio de gran interés en cuanto revela el
momento de búsqueda que vivía el joven Francisco. Hasta entonces pensaba que su
futuro sería ser un caballero o un gran príncipe (TC 5; AP 5; 1 Cel 5; 2 Cel 6;
LM 1,3).
La Leyenda de los tres
Compañeros nos narra que: «Durante el sueño de aquella noche se le apareció un
personaje que lo llamó por su nombre y lo condujo a un palacio, de una hermosa
esposa, amplio y magnífico, lleno de armas militares, tales como relucientes
escudos y otras piezas, que pendían de los muros, trofeos todos de glorias
militares. Y, admirando gozosamente en silencio qué podría ser eso, preguntó de
quién eran armas tan relucientes y palacio tan hermoso. Y tuvo por respuesta
que todo aquello más el palacio era suyo y de sus soldados» (Compañeros L. d., 2003, pág. 543) .
La Visión
de Espoleto
Empeñado, con todo, en
llegar hasta la Pulla, se echó a descansar, y, semidormido, oyó a alguien que
le preguntaba a dónde se proponía caminar. Y como Francisco le detallara todo lo
que intentaba, aquél añadió: « ¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?»
Y como respondiera que el señor, de nuevo le dijo: « ¿Por qué, pues, dejas al
señor por el siervo, y al príncipe por el criado?» Y Francisco contestó: «Señor, ¿qué quieres que haga?»
«Vuélvete -le dijo- a tu tierra, y allí se te dirá lo que has de hacer, porque
la visión que has visto es preciso entenderla de otra manera» (Compañeros
L. d., 2003, pág. 543) .
Este texto nos revela la
disponibilidad y generosidad del Joven Francisco, y su capacidad de revisar sus
planes personales y de renunciar a ellos. Por lo pronto, lo primero que hace es
abandonar el proyecto personal: desiste de ir a la Pulla.
La
Cuadrilla del Bastón
Según nos sigue
relatando la Leyenda de los tres Compañeros, el joven Francisco regresa a su
ciudad volviendo, en cierta medida, a sus andanzas de antes:
«Al cabo de no muchos días de su regreso a
Asís, una tarde fue elegido por sus compañeros jefe de cuadrilla para que a su
gusto hiciera los gastos. Mandó entonces preparar una opípara merienda, como
tantas veces lo había hecho».
«Cuando después de
merendar salieron de la casa, los amigos se formaron delante de él e iban
cantando por las calles; y él, con el bastón en la mano como jefe, iba un poco
detrás de ellos sin cantar y meditando
reflexivamente» (Compañeros L. d., 2003, pág. 544) .
Inspirado
por Dios
El joven Francisco ha
iniciado lentamente el desapego a su proyecto personal (la de ser caballero o
príncipe) y se centra poco a poco en el proyecto de Dios:
«Como los amigos
miraran atrás y le vieran bastante alejado de ellos, se volvieron hasta él;
atemorizados, lo contemplaban como hombre cambiado en otro. Uno de ellos le
preguntó, diciéndole: « ¿En qué pensabas, que no venías con nosotros? ¿Es que
piensan, acaso, casarte?» A lo cual respondió vivazmente: «Decís verdad, porque
estoy pensando en tomar una esposa tan noble, rica y hermosa como nunca habéis
visto otra». Pero ellos lo tomaron a chacota. Él, sin embargo, no lo dijo por
sí, sino inspirado por Dios;
porque la dicha esposa fue la verdadera religión que abrazó, entre todas la más
noble, la más rica y la más hermosa en su pobreza» (Compañeros L. d., 2003, págs. 544-545) .
El
desprecio de las cosas superficiales
Tocado por la gracia de
Dios el joven Francisco empezará a buscar los bienes de arriba y a despreciar
los bienes terrenos (cf. Col 3, 1-2). Esto lo llevará a despreciar todo aquello
que lo ata o le impida llegar a la meta (TC 8; cf. 1 Cel 4.6). Dicho desapego,
búsqueda y encuentro implicará seguir un proceso de conversión interior:
«Desde este momento
empezó a mirarse como vil y a despreciar todo aquello en que antes había tenido
puesto su corazón; todavía no de una manera plena, pues aún no había logrado
librarse del todo de las vanidades mundanas» (Compañeros L. d., 2003, pág. 545) .
No
hay verdadero discernimiento sin oración
El joven Francisco
busca no la superficialidad de la vida, sino su interioridad esencial. Esta
búsqueda lo hace por medio de una oración constante:
«Mas, apartándose poco
a poco del bullicio del siglo, se afanaba por ocultar a Jesucristo en su
interior, y, queriendo ocultar a los ojos de los burlones aquella margarita que
deseaba comprar a cambio de vender todas las cosas, se retiraba frecuentemente
y casi a diario a orar en secreto. A ello le instaba, en cierta manera, aquella
dulzura que había pregustado; visitándolo con frecuencia, y, estando en plazas
u otros lugares, lo arrastraba a la oración» (Compañeros L. d., 2003, pág. 545) .
Los
tres elementos de la respuesta vocacional
«Desentendiéndose desde entonces de la vida
agitada del comercio, suplicaba devotamente a la divina clemencia se dignara
manifestarle lo que debía hacer. Y, en tanto que crecía en él muy viva la llama
de los deseos celestiales por el frecuente ejercicio de la oración y reputaba
por nada -llevado de su amor a la patria del cielo- las cosas todas de la
tierra, creía haber encontrado el tesoro escondido, y, cual prudente mercader,
se decidía a vender todas las cosas para hacerse con la preciosa margarita (Mt
13,44s). Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo único que vislumbraba su
espíritu era que el negocio espiritual exige desde el principio el desprecio
del mundo y que la milicia de Cristo debe iniciarse por la victoria de sí mismo»
(Buenaventura, 2003, pág. 401) .
San Buenaventura coloca
tres elementos típicos del discernimiento vocacional del joven Francisco en
este momento de su vida, los cuales entrarán a formar parte decisiva en su
respuesta vocacional: la oración, el desprecio o desapropiación de las cosas
materiales y el dominio de sí mismo.
Una
decisión para siempre
La conversión interior
se exterioriza en el joven Francisco cuando toma una de las primeras y más determinantes
decisiones de su vida: el despojo liberador ante el Obispo de Asís y la
proclamación solemne de su fe en la paternidad absoluta de Dios:
«… inmediatamente se
despoja de todos sus vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces
cómo el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos, llevaba un cilicio
ceñido a la carne. Además, ebrio de un maravilloso fervor de espíritu, se quita
hasta los calzones y se presenta ante todos totalmente desnudo, diciendo al
mismo tiempo a su padre: «Hasta el presente te he llamado padre en la tierra,
pero de aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que
estás en los cielos (Mt 6,9), en quien he depositado todo mi tesoro y toda la
seguridad de mi esperanza». (Buenaventura, 2003, pág. 405)
La
soledad y la Palabra de Dios
La búsqueda del
encuentro consigo mismo no termina con un hecho, sino que en el joven Francisco
se prolonga a lo largo de su vida:
«Desembarazado ya el
despreciador del siglo de la atracción de los deseos mundanos, deja la ciudad y
-libre y seguro- se retira a lo escondido de la soledad para escuchar solo y en silencio la voz
misteriosa del cielo. Y mientras el varón de Dios Francisco atravesaba
el bosque bendiciendo al Señor en francés con cánticos de júbilo, unos ladrones
irrumpieron desde la espesura, arrojándose sobre él. Le preguntaron con ánimo
feroz quién era, y Francisco, lleno de confianza, les respondió con palabras
proféticas: «Yo soy el pregonero del gran Rey». Pero ellos, golpeándole, lo
arrojaron a una fosa llena de nieve mientras le decían: « ¡Quédate ahí, rústico
pregonero de Dios!» Al desaparecer los ladrones, salió de la hoya, y, lleno de
un intenso gozo, se puso a cantar con voz más vibrante todavía, a través del
bosque, las alabanzas al Creador de todos los seres» (Buenaventura, 2003, pág. 406) .
I.
ENCUENTRO CON LOS
POBRES
Fernando Uribe nos dice
que «El segundo momento del camino vocacional de Francisco está caracterizado
por la salida de sí mismo y la apertura al mundo de los otros, en particular al
de los pobres. También aquí se da un proceso que comienza con el rechazo de
ellos, pasa por una actitud paternalista y culmina en su identificación con los
pobres» (Uribe, 2016) .
En efecto, solo quien
se ha encontrado consigo mismo, pasando todos los procesos que se tiene que
pasar, es capaz de descentrarse, de una manera procesual, en favor de los
últimos, de los pobres.
La vocación del joven
Francisco no es una vocación intimista, sino una vocación que va creciendo por
medio de la oración y de los diversos encuentros que tiene con los preferidos
de Dios.
Sus
cualidades al servicio de los pobres
La Leyenda de los tres
Compañeros presenta al joven Francisco como un joven adornado con varias
virtudes naturales, sobre todo con la cortesía en sus palabras y modales y su
alegría (TC 3), siempre en relación con los pobres:
«De este nivel de
virtudes naturales fue elevado al de la gracia, pudiendo decirse a sí mismo:
“Pues eres generoso y afable con los hombres, de los cuales nada recibes, sino
favores transitorios y vanos, justo es que por amor de Dios, que es
generosísimo en dar la recompensa, seas también generoso y afable con los
pobres”. Y desde entonces veía con satisfacción a los pobres y les daba limosna
abundantemente» (Compañeros L. d., Capítulo I, 2003, pág. 542) .
Su predilección por lo
pobres hace que siempre los vea con satisfacción, pues ellos son los preferidos
de Dios (Mt 25, 31-46).
Presto
a ser generoso
La generosidad era algo
innato en el joven Francisco. Es decir tenía esa capacidad de apertura hacia
los demás, de una manera muy especial a los pobres. La práctica de esta virtud
no es nada fácil, el joven Francisco lo supo:
«Mas sucedió un día
que, absorbido por el barullo del comercio, despachó con las manos vacías,
contra lo que era su costumbre, a un pobre que se había acercado a pedirle una
limosna por amor de Dios. Pero, vuelto
en sí al instante, corrió tras el pobre y, dándole con clemencia la
limosna, prometió al Señor Dios que, a partir de entonces, nunca jamás negaría
el socorro -mientras le fuera posible- a cuantos se lo pidieran por amor suyo.
Dicha promesa la guardó con incansable piedad hasta su muerte, mereciendo con
ello un aumento copioso de gracia y amor de Dios» (Buenaventura, 2003, pág. 400) .
Nadie
se retiraba con las manos vacías
El proceso inicial de
búsqueda el encuentro con los pobres irán marcando un cambio progresivo en el
interior del joven Francisco. Pues, el amor y aprecio por lo pobres lo lleva a
darles no solo limosna, sino hasta sus propias prendas de vestir cuando no
portaba dinero:
«Aunque ya de tiempo
atrás era dadivoso con los pobres, sin embargo, desde entonces se propuso en su
corazón no sólo no negar la limosna a ningún pobre que se la pidiese por amor
de Dios, sino dársela con mayor liberalidad y abundancia de lo que acostumbraba.
Así, siempre que un pobre le pedía limosna hallándose fuera de casa, le
socorría con dinero, si podía; si no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra
o el cinto, para que no marchara con las manos vacías. Mas, si no tenía nada de
eso, se apartaba a un lugar oculto, se desnudaba de la camisa, y hacía ir con
disimulo al pobre a ese lugar para que por Dios la recogiera. También compraba
objetos propios para el decoro de las iglesias y secretamente los enviaba a los
sacerdotes pobres» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 545) .
Los
pobres en la mesa familiar
En la Leyenda de los
tres Compañeros (TC 9) encontramos otro avance que tiene francisco en su
acercamiento para con los pobres. Ahora no sólo sale para darles algo de comer
o de vestir, sino que los trae a compartir la mesa familiar:
«Cuando, en ausencia de
su padre, se quedaba en casa, aunque comiese él solo con su madre, partía para
la mesa tanto pan como si la preparara para toda la familia. Si la madre le
preguntaba por qué ponía tanto pan en la mesa, respondía que lo hacía así para
poder dar limosna a los pobres, porque había hecho propósito de dar limosna a
todo el que se la pidiera por amor de Dios… Pues así como antes le gustaba salir con los
amigos cuando lo llamaban y tanto le atraía su compañía que muchas veces se
levantaba de la mesa a medio comer, causando gran pena a sus padres por estas
intempestivas salidas, así ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a
algún pobre para darle limosna» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 545) .
Hay un cambio de
horizonte en las relaciones del Joven Francisco.
Un
pobre en Roma
El joven Francisco no
solo quiere dar limosna o invitar a los pobres a la mesa familiar, sino que da
un paso importante en su proceso vocacional y de encuentro: quiere experimentar
la condición de ser pobre:
«Y sucedió que por
entonces fuera como peregrino a Roma. Saliendo fuera de las puertas de la iglesia
(de San Pedro), donde había muchos pobres pidiendo limosna, recibió de prestado
y secretamente los andrajos de un hombre pobrecillo, y, quitándose sus
vestidos, se vistió los de aquél; y se quedó en la escalinata de la iglesia con
otros pobres, pidiendo limosna en francés» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 546) .
Es una vocación
verdadera la que está empezando a crecer, puesto que está abierta al Otro y al
servicio de los otros.
II.
ENCUENTRO CON LOS
LEPROSOS
La conversión es una
gracia de Dios. Al joven Francisco le llegará la gracia de la conversión por
medio del prójimo que tienen las siguientes características:
-
Es
pobre entre los más pobres.
-
Es
necesitado.
-
Y
es leproso.
La conversión es la
respuesta que da el hombre a la gracia de Dios: «El nuevo convertido, en
efecto, por la acción de la gracia divina, emprende un camino espiritual por el
que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección,
pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (Vaticano, 2007, pág. 289) .
Qué
hacer para conocer la voluntad de Dios
La Leyenda de los Tres
Compañeros nos introduce con el siguiente relato en esta nueva etapa de la
conversión del joven Francisco:
«Hallándose cierto día
en ferviente oración ante el Señor, percibió estas palabras: Francisco, todo lo
que amaste carnalmente y todo lo que ambicionaste es preciso que lo desprecies
y aborrezcas, si deseas conocer mi voluntad; y una vez que hayas comenzado a
realizarlo, lo que antes te parecía suave y dulce se te hará insoportable y
amargo, y en lo que hasta ahora hallabas repugnancia encontrarás gran
dulcedumbre y suavidad inmensa»
(TC 11; cf. 2 Cel 9).
Es posible que nos hallemos ante una mera construcción literaria a base de las
palabras del santo en su Testamento. Lo que importa hacer notar es que el
vencimiento máximo de llegarse a los leprosos fue la experiencia decisiva en el
triunfo de la gracia, la que le hizo dar la vuelta, valga la expresión.
El beso
al leproso
La Leyenda de los Tres Compañeros nos
relata que «yendo Francisco un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó
en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era
habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una
moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz,
montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TC 11).
Para la Leyenda de los tres Compañeros
el relato tiene una dinámica en cuatro momentos:
1.
Francisco va a caballo y se cruza con el
leproso;
2.
baja del caballo, le da una moneda y le besa
la mano;
3.
recibe un beso del leproso y monta de nuevo a
caballo;
4.
sigue su camino.
Practicar
la misericordia
Francisco al tener
experiencia de la misericordia de Dios en su vida, transmite también esa
misericordia a los que son más débiles, a los pobres de espíritu,
convirtiéndose en prójimo de los más desfavorecidos de la época.
En el Testamento dice
Francisco: «Y el Señor me condujo en medio de ellos [los leprosos] y practiqué
con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía
amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 2-3).
El
servicio a los leprosos
El servicio a los
leprosos se constituyó en una verdadera praxis de san Francisco de Asís durante
toda su vida. La Leyenda de los tres Compañeros nos narra que:
«A los pocos días,
tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos y, una vez
que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna mientras le
besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes era para él amargo, es
decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. Como él lo
dijo, de tal manera le era repugnante la visión de los leprosos, que no sólo no
quería verlos, sino que evitaba hasta acercarse a sus habitaciones y si alguna
vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le
indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo
el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas por la gracia de Dios
llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos que, como dice en su
Testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía» (TC 11).
La
motivación cristológica
El encuentro con el
leproso marcó la vida de san Francisco y lo encaminó hacia una praxis encarnada
con el dolor de lo más despreciados de este mundo. Vive con y como un leproso
por amor a Cristo pobre y crucificado.
Ese proceso interior es
descrito por Buenaventura en la Leyenda Mayor con gran belleza y profundidad en
estos términos: «A partir de entonces se revistió del espíritu de pobreza, del sentimiento de humildad y de una profunda
piedad. Si antes detestaba vivamente no sólo la compañía de los leprosos
sino hasta verlos de lejos, ahora, por
amor de Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció
despreciable como un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía
humilde y cariñosamente, para alcanzar el total desprecio de sí mismo» (LM
1,6).
«No
sólo el encuentro con Dios en la oración es causa de dulzura; lo es también el
servicio a los demás, en especial a los más necesitados».
III. ENCUENTRO
CON EL CRUCIFICADO
Este cuarto encuentro
es importante porque:
v Le da un carácter
decididamente teológico a la vocación de Francisco; si tal carácter se
insinuaba en los anteriores encuentros, en éste ya no quedan rastros de dudas.
v Es un encuentro que le
da el matiz específico al Cristo que iluminó la piedad de Francisco y al cual
se propone seguir; es gracias a su cambio de actitud con los pobres y los
leprosos como el Pobrecillo alcanza a percibir mejor el carácter de
anonadamiento que comporta la condición del Crucificado.
v Es un encuentro que
marcó de manera determinante su existencia, hasta el punto de convertirlo en un
«crucificado», como afirma Tomás de Celano.
v En cuarto lugar, es un
encuentro que marca un cambio efectivo de Francisco, en cuanto lo indujo a
reconstruir iglesias y más tarde a
trabajar por el Reino desde la reconstrucción de la Iglesia.
El
primer encuentro con Cristo
San Buenaventura dice
que «mientras un día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que
estaba absorto en Dios, se le apareció Cristo Jesús como un crucificado. A su
vista quedó su alma derretida y el recuerdo de la pasión de Cristo se imprimió
de tal manera en lo más íntimo de su corazón que, desde aquel momento, cuando
le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con dificultad podía contener
externamente las lágrimas y los gemidos, como él mismo más tarde lo declaró
confidencialmente, cuando se acercaba a la muerte» (LM 1,5).
El
encuentro en San Damián
El encuentro que
constituyó otro de los momentos determinantes del proceso vocacional de
Francisco es el ocurrido en la iglesita de San Damián. La Leyenda de los tres
Compañeros narra así: «Cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le
fue dicho en el espíritu que entrara a
orar en ella. Luego que entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del
Crucificado, que piadosa y benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que
mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor,
contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de aquella
iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba inminente
ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo y claridad,
que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le
había hablado» (TC 13).
Consecuencias
del encuentro con Cristo
San Francisco estaba
convencido de que el Señor le había hablado. La Leyenda de los tres Compañeros
nos dice que:
«Desde ese momento
quedó su corazón llagado y derretido de amor ante aquel recuerdo de la pasión
del Señor, de modo que mientras vivió llevó siempre en su corazón las llagas
del Señor Jesús, como después apareció con toda claridad en la renovación de
las mismas llagas admirablemente impresas en su cuerpo y comprobadas con
absoluta certeza» (TC 14).
IV.
ENCUENTRO CON EL
EVANGELIO
«Ignorar
las escrituras es ignorar a Cristo» (san Jerónimo).
El Documento de
Aparecida nos dice: «Encontramos a
Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura,
‘Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo’, es, con la Tradición,
fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer
la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo» (Nº 247).
En las fuentes
biográficas encontramos dos episodios relacionados con el Evangelio que
resultaron determinantes para su vocación: uno en la iglesita de la
Porciúncula, narrado por tres fuentes (TC 25, 1 Cel 22, LM 3,1), cuyos textos
son en relación a la misión (Mt
10,9-10; Lc 9,3; 10,4); y otro en la
iglesia de San Nicolás, cerca del mercado de Asís, narrado por cuatro (AP 11,
TC 29, 2 Cel 15, LM 3,3), textos referidos al seguimiento (Mt 19,21; Lc 9,3; Mt 16,24).
El
encuentro con la Palabra en la misa
La Leyenda de los tres
Compañeros nos relata con mucho detalle este encuentro:
«Cuando el bienaventurado
Francisco acabó la obra de la iglesia de San Damián, vestía hábito de ermitaño,
llevaba bastón y calzado y se ceñía con una correa. Habiendo escuchado un día
en la celebración de la misa lo que dice Cristo a sus discípulos cuando los
envía a predicar, es decir, que no lleven para el camino ni oro ni plata, ni
alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen calzado ni dos túnicas, y
como comprendiera esto más claro por la explicación del sacerdote, dijo
transportado de indecible júbilo: “Esto es lo que ansío cumplir con todas mis
fuerzas”» (TC 25).
Obediente
al Evangelio
Después de la escucha
de la Palabra se producen dos cambios en el Santo: primero hay un cambio
externo en san Francisco de Asís que se materializa en el despojo de su vestido
de ermitaño. Y en segundo lugar, hay un cambio interno que lo impulsa a
anunciar el Evangelio:
«Y, grabadas en su
memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con alegría, se
despojó al momento de los objetos duplicados y no usó en adelante de bastón,
calzado, zurrón o alforja; haciéndose una túnica muy despreciable y rústica,
abandonada la correa, se ciñó con una cuerda. Adhiriéndose de todo corazón a
las palabras de la nueva gracia y pensando en cómo llevarlas a la práctica,
empezó, por impulso divino, a anunciar la perfección del Evangelio y a predicar
en público con sencillez la penitencia. Sus palabras no eran vanas ni de risa,
sino llenas de la virtud del Espíritu Santo, que penetraba hasta lo más hondo
del corazón y con vehemencia sumían a los oyentes en estupor» (TC 25).
La
Palabra orienta la vida
La Leyenda de los tres
Compañeros nos relata que: «Terminada la oración, el bienaventurado Francisco
tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la
primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende
cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21).
Descubierto esto, el
bienaventurado Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como
era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple
testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió
esto: Nada llevéis en el camino, etc. (Lc 9,3). Y en la tercera: Aquel que
quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. (Lc 9,23) » (TC 29).
Puesta
en práctica
Después de haber
escuchado la Palabra dijo san Francisco a Bernardo y Pedro: «Hermanos, ésta es
nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía.
Id, pues, y obrad como habéis escuchado».
Marchó el señor
Bernardo, que era muy rico, y, una vez que hubo vendido todo lo que tenía y
hubo reunido de ello gran cantidad de dinero, lo repartió todo a los pobres de
la ciudad. Pedro cumplió también el consejo evangélico según sus posibilidades.
Abandonadas todas las
cosas, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido el
Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron unidos
según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Por eso,
el bienaventurado Francisco escribió en su testamento: “El mismo Señor me
reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio”» (TC 29).
V.
ENCUENTRO CON LOS
HERMANOS
El encuentro de san
Francisco con los hermanos está íntimamente relacionado con el encuentro con el
Evangelio. El encuentro con los hermanos perfeccionará el proceso vocacional
del Santo. Cada hermano para Francisco es un don de Dios, y como tal
manifestación del amor de Dios.
El encuentro con los
hermanos es una gran oportunidad que se da en el proceso vocacional de
Francisco, porque le permite compartir su carisma y espiritualidad dentro de la
Iglesia.
El
primer hermano
Francisco no fue un
gran orador, él vive lo que predica y anuncia, comunica con gestos simbólicos
los que vive en la profundidad de su alma. Es el ejemplo de su vida quien
motivará el seguimiento de los primeros hermanos:
«Cuando fueron
conociendo ya muchos la verdad tanto de la doctrina sencilla cuanto de la vida
del bienaventurado Francisco, hubo algunos que, después de dos años de su
conversión, comenzaron a animarse a seguir su ejemplo de penitencia, y,
despojados de todos sus bienes, se adhirieron a él con el mismo hábito y en el
mismo género de vida. El primero de todos fue el hermano Bernardo, de santa memoria. Considerando la constancia y
fervor con que el bienaventurado Francisco servía a Dios, a saber, cómo
restauraba con tanto trabajo iglesias derruidas y llevaba una vida tan
rigurosa, en contraposición a las delicadezas con que había vivido en el mundo,
resolvió en su corazón repartir todo lo que tenía a los pobres y seguirle con
firmeza en su vida y modo de vestir» (TC 27).
El
consejero de los hermanos: el Evangelio
Pedro y Bernardo
movidos por el estilo de vida de Francisco se acercan y le dicen: «Queremos
vivir contigo en adelante y conformar nuestra vida con la tuya. Dinos, pues, lo
que hemos de hacer con nuestros bienes». Él se regocijó mucho de su venida y
propósito y les respondió con bondad: «Vayamos y pidamos consejo al Señor». Fueron,
pues, a cierta iglesia de la ciudad de Asís, entraron, se arrodillaron y
humildemente rezaron… Y, terminada su oración, pidieron al sacerdote allí
presente: «Señor, déjanos ver el evangelio de nuestro Señor Jesucristo».
El sacerdote abrió el
libro, pues ellos no sabían todavía manejarlo debidamente. Y en el acto dieron
con el texto en que está escrito: Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto
tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Al consultar
otra vez el libro, toparon con el texto: Quien quiere venir en pos de mí, etc.
Por último, se les presentó éste: No toméis nada para el camino (Mt 19,21;
16,24; Lc 9,3). Al oírlos experimentaron inmensa alegría y exclamaron: « ¡Ahí
está lo que anhelábamos! ¡Ahí está lo que buscábamos!» (AP 10-11).
La
llegada de otros hermanos
El primer biógrafo nos
narra que:
« Inmediatamente le
siguió otro ciudadano de Asís, digno de toda loa por su vida; comenzó
santamente y en breve tiempo terminó más santamente. No mucho después siguió a
éste el hermano Gil, varón sencillo
y recto y temeroso de Dios, que a través de su larga vida, santa, justa y
piadosamente vivida, nos dejó ejemplos de perfecta obediencia, de trabajo
manual, de vida solitaria y de santa contemplación. A éstos se une otro. Viene
luego el hermano Felipe, con el que
suman ya siete; a éste el Señor tocó los labios con la piedra de la
purificación para que dijese de Él cosas dulces y melifluas; comprendía y
comentaba las Sagradas Escrituras, sin que hubiera hecho estudios, como
aquellos a quienes los príncipes de los judíos reprochaban de idiotas y sin
letras» (1 Cel 5).
Los hermanos ante el
Papa
El grupo de hermanos
cada día crecía, por eso Francisco recurre al Papa para que le dé su aprobación
y oficializar la nueva fraternidad:
«Viendo el bienaventurado Francisco que el
Señor aumentaba el número de los hermanos y los hacía crecer en méritos y que
eran ya doce varones perfectísimos con un mismo sentir, dijo a los otros once
el que hacía el número doce y era su jefe y padre: “Veo, hermanos, que el Señor
quiere aumentar misericordiosamente nuestra congregación. Vayamos, pues, a
nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo pontífice lo que
el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato suyo
prosigamos lo comenzado”» (TC 46).
Es importante resaltar
que Francisco no elige a sus hermanos, sino que los hermanos vienen a la Fraternidad
movido por Dios. La vocación es de Dios, por eso toda vocación es sagrada y
cada hermano es un don de Dios. Francisco en su Testamento dice: «Después de
que el Señor me dio hermanos...» (Test 14). Esto significa que no hay una
selección interesada o guiada por criterios de conveniencia egoísta sino, sobre
todo, una aceptación agradecida de los hermanos como un don de Dios. En efecto,
todo hermano que llega a la fraternidad es un don de Dios.