miércoles, 31 de agosto de 2016

SAN FRANCISCO DE ASÍS: UN CAMINO DE PERFECCIÓN EVANGÉLICA (Textos selectos)







“Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,18).

Por: Erick Liberato


1.  SU ESTILO DE VIDA

Una pésima costumbre
En el valle de Espoleto, en la ciudad de Asís, hubo una pareja de esposos: Pedro Bernardone y Pica, quienes trajeron al mundo a un hombre llamado Francisco. Este hombre “desde su más tierna infancia fue educado licenciosamente por sus padres, a tono con la vanidad del siglo… llegó a superarlos con creces en vanidad y frivolidad” (de Celano, 2003, pág. 164). Esta pésima costumbre de la época hace que los jóvenes, a medida que van pasando por las etapas de desarrollo humano, se zambullen en todo género de disolución, estando sujetos, de esto modo, a toda vida de pecado.



El Primero en todo
Ya de Joven Francisco era el centro de atención de todos y se esforzaba por ser el primero en pompas de vanagloria, en los juegos, en los caprichos, en palabras jocosas y vanas, en las canciones y en los vestidos suaves y cómodos (de Celano, 2003, pág. 165). Éstos con los tristes principios en  los que se ejercitaba desde su infancia este hombre a quien, sólo la gracia y la misericordia de Dios, lo podían enderezar y conducir por el camino de la perfección.




La Prodigalidad
Sus padres de Francisco eran muy ricos, porque eran burgueses. Siendo ya adulto ejerció el oficio de su padre, o sea, el comercio, pero de forma muy diferente: fue mucho más alegre y generoso que él, dado a juego y cantares. Era tan pródigo en gastar, que cuanto podía tener y ganar lo gastaba en comilonas y otras cosas. Es decir era un despilfarrador de todo lo que es la opulencia mundana. Sus padres le permitían todo eso porque lo querían mucho (Compañeros, 2003, págs. 541-542).
A pesar de ser un comerciante muy pródigo y despilfarrador, nunca fue un hombre apegado a la avaricia. Era un hombre muy humano, siendo generoso y afable con todos.



El Mendigo
Un día en que estaba en el mostrador de telas, se le presentó un pobre que le pedía limosna por amor de Dios. Pero Francisco, preocupado por la venta, le negó la limosna al mendigo. Pero inmediatamente, iluminado por la gracia divina, censuró su dureza de trato y se dijo asimismo: “Si el pobre te hubiera pedido algo en nombre de algún gran conde o barón, de seguro que se lo hubieras dado; pues ¡con cuánta más razón debiste hacerlo por el Rey de reyes y Señor de todo!” (Compañeros, 2003, pág. 542).
Francisco hizo una firma promesa: no negar nada en adelante a quien le pidiera algo por amor de tan gran Señor.



2.  EL PROCESO DEL ENCUENTRO CONSIGO MISMO

Prisionero en la cárcel de Perusa
Cuando Francisco se hallaba prisionero en la cárcel de Perusa, podemos descubrir uno de los primeros signos de que en su corazón se estaban dando algunos cambios fundamentales y trascendentes. La Leyenda de los Tres Compañeros nos narra un importante episodio:
«Un día en que sus compañeros de cautiverio estaban tristes, él, que por naturaleza era alegre y jovial, lejos de aparecer triste, se mostraba gozoso. Por ello uno de los compañeros lo reprochó como si fuese un insensato, pues se alegraba estando encarcelado. A esto respondió Francisco con voz firme: “¿Qué pensáis de mí? Todavía he de ser honrado en el mundo entero”» (Compañeros L. d., 2003, pág. 542).
Es la actitud de un joven que ya se encuentra preocupado por su proyecto personal con ideales nobles y grandes.

La enfermedad
La enfermedad puede servir para la purificación personal y para afrentar la vida con más realidad. Así, pues, pasado un año y firmada la paz entre las dos ciudades Perusa y Asís, Francisco volvió a Asís con sus compañeros de prisión. Estando en casa cae gravemente enfermo. En ese momento ignoraba todavía los planes de Dios que tenía para él y estaba dedicado a las actividades comerciales de su padre, que lo distraían.
San Buenaventura (LM 1.2) dice que «todavía no había aprendido a contemplar las realidades celestiales ni estaba acostumbrado a gustar las cosas divinas», pero luego agrega: «Dado que el sufrimiento hace comprender la lección espiritual, se posó sobre él la mano del Señor y el cambio de la diestra del Altísimo, afligiendo su cuerpo con una larga enfermedad, para hacer su alma apta a la unción del Espíritu» (Buenaventura, 2003, pág. 400).

El sueño del palacio lleno de armas
Los biógrafos más antiguos coinciden en presentar un episodio de gran interés en cuanto revela el momento de búsqueda que vivía el joven Francisco. Hasta entonces pensaba que su futuro sería ser un caballero o un gran príncipe (TC 5; AP 5; 1 Cel 5; 2 Cel 6; LM 1,3).
La Leyenda de los tres Compañeros nos narra que: «Durante el sueño de aquella noche se le apareció un personaje que lo llamó por su nombre y lo condujo a un palacio, de una hermosa esposa, amplio y magnífico, lleno de armas militares, tales como relucientes escudos y otras piezas, que pendían de los muros, trofeos todos de glorias militares. Y, admirando gozosamente en silencio qué podría ser eso, preguntó de quién eran armas tan relucientes y palacio tan hermoso. Y tuvo por respuesta que todo aquello más el palacio era suyo y de sus soldados» (Compañeros L. d., 2003, pág. 543).

La Visión de Espoleto
Empeñado, con todo, en llegar hasta la Pulla, se echó a descansar, y, semidormido, oyó a alguien que le preguntaba a dónde se proponía caminar. Y como Francisco le detallara todo lo que intentaba, aquél añadió: « ¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?» Y como respondiera que el señor, de nuevo le dijo: « ¿Por qué, pues, dejas al señor por el siervo, y al príncipe por el criado?» Y Francisco contestó: «Señor, ¿qué quieres que haga?» «Vuélvete -le dijo- a tu tierra, y allí se te dirá lo que has de hacer, porque la visión que has visto es preciso entenderla de otra manera» (Compañeros L. d., 2003, pág. 543).
Este texto nos revela la disponibilidad y generosidad del Joven Francisco, y su capacidad de revisar sus planes personales y de renunciar a ellos. Por lo pronto, lo primero que hace es abandonar el proyecto personal: desiste de ir a la Pulla.

La Cuadrilla del Bastón
Según nos sigue relatando la Leyenda de los tres Compañeros, el joven Francisco regresa a su ciudad volviendo, en cierta medida, a sus andanzas de antes:
 «Al cabo de no muchos días de su regreso a Asís, una tarde fue elegido por sus compañeros jefe de cuadrilla para que a su gusto hiciera los gastos. Mandó entonces preparar una opípara merienda, como tantas veces lo había hecho».
«Cuando después de merendar salieron de la casa, los amigos se formaron delante de él e iban cantando por las calles; y él, con el bastón en la mano como jefe, iba un poco detrás de ellos sin cantar y meditando reflexivamente» (Compañeros L. d., 2003, pág. 544).


Inspirado por Dios
El joven Francisco ha iniciado lentamente el desapego a su proyecto personal (la de ser caballero o príncipe) y se centra poco a poco en el proyecto de Dios:
«Como los amigos miraran atrás y le vieran bastante alejado de ellos, se volvieron hasta él; atemorizados, lo contemplaban como hombre cambiado en otro. Uno de ellos le preguntó, diciéndole: « ¿En qué pensabas, que no venías con nosotros? ¿Es que piensan, acaso, casarte?» A lo cual respondió vivazmente: «Decís verdad, porque estoy pensando en tomar una esposa tan noble, rica y hermosa como nunca habéis visto otra». Pero ellos lo tomaron a chacota. Él, sin embargo, no lo dijo por sí, sino inspirado por Dios; porque la dicha esposa fue la verdadera religión que abrazó, entre todas la más noble, la más rica y la más hermosa en su pobreza» (Compañeros L. d., 2003, págs. 544-545).

El desprecio de las cosas superficiales
Tocado por la gracia de Dios el joven Francisco empezará a buscar los bienes de arriba y a despreciar los bienes terrenos (cf. Col 3, 1-2). Esto lo llevará a despreciar todo aquello que lo ata o le impida llegar a la meta (TC 8; cf. 1 Cel 4.6). Dicho desapego, búsqueda y encuentro implicará seguir un proceso de conversión interior:
«Desde este momento empezó a mirarse como vil y a despreciar todo aquello en que antes había tenido puesto su corazón; todavía no de una manera plena, pues aún no había logrado librarse del todo de las vanidades mundanas» (Compañeros L. d., 2003, pág. 545).


No hay verdadero discernimiento sin oración
El joven Francisco busca no la superficialidad de la vida, sino su interioridad esencial. Esta búsqueda lo hace por medio de una oración constante:
«Mas, apartándose poco a poco del bullicio del siglo, se afanaba por ocultar a Jesucristo en su interior, y, queriendo ocultar a los ojos de los burlones aquella margarita que deseaba comprar a cambio de vender todas las cosas, se retiraba frecuentemente y casi a diario a orar en secreto. A ello le instaba, en cierta manera, aquella dulzura que había pregustado; visitándolo con frecuencia, y, estando en plazas u otros lugares, lo arrastraba a la oración» (Compañeros L. d., 2003, pág. 545).


Los tres elementos de la respuesta vocacional
 «Desentendiéndose desde entonces de la vida agitada del comercio, suplicaba devotamente a la divina clemencia se dignara manifestarle lo que debía hacer. Y, en tanto que crecía en él muy viva la llama de los deseos celestiales por el frecuente ejercicio de la oración y reputaba por nada -llevado de su amor a la patria del cielo- las cosas todas de la tierra, creía haber encontrado el tesoro escondido, y, cual prudente mercader, se decidía a vender todas las cosas para hacerse con la preciosa margarita (Mt 13,44s). Pero todavía ignoraba cómo hacerlo; lo único que vislumbraba su espíritu era que el negocio espiritual exige desde el principio el desprecio del mundo y que la milicia de Cristo debe iniciarse por la victoria de sí mismo» (Buenaventura, 2003, pág. 401).
San Buenaventura coloca tres elementos típicos del discernimiento vocacional del joven Francisco en este momento de su vida, los cuales entrarán a formar parte decisiva en su respuesta vocacional: la oración, el desprecio o desapropiación de las cosas materiales y el dominio de sí mismo.

Una decisión para siempre
La conversión interior se exterioriza en el joven Francisco cuando toma una de las primeras y más determinantes decisiones de su vida: el despojo liberador ante el Obispo de Asís y la proclamación solemne de su fe en la paternidad absoluta de Dios:
«… inmediatamente se despoja de todos sus vestidos y se los devuelve al padre. Se descubrió entonces cómo el varón de Dios, debajo de los delicados vestidos, llevaba un cilicio ceñido a la carne. Además, ebrio de un maravilloso fervor de espíritu, se quita hasta los calzones y se presenta ante todos totalmente desnudo, diciendo al mismo tiempo a su padre: «Hasta el presente te he llamado padre en la tierra, pero de aquí en adelante puedo decir con absoluta confianza: Padre nuestro, que estás en los cielos (Mt 6,9), en quien he depositado todo mi tesoro y toda la seguridad de mi esperanza». (Buenaventura, 2003, pág. 405)

La soledad y la Palabra de Dios
La búsqueda del encuentro consigo mismo no termina con un hecho, sino que en el joven Francisco se prolonga a lo largo de su vida:
«Desembarazado ya el despreciador del siglo de la atracción de los deseos mundanos, deja la ciudad y -libre y seguro- se retira a lo escondido de la soledad para escuchar solo y en silencio la voz misteriosa del cielo. Y mientras el varón de Dios Francisco atravesaba el bosque bendiciendo al Señor en francés con cánticos de júbilo, unos ladrones irrumpieron desde la espesura, arrojándose sobre él. Le preguntaron con ánimo feroz quién era, y Francisco, lleno de confianza, les respondió con palabras proféticas: «Yo soy el pregonero del gran Rey». Pero ellos, golpeándole, lo arrojaron a una fosa llena de nieve mientras le decían: « ¡Quédate ahí, rústico pregonero de Dios!» Al desaparecer los ladrones, salió de la hoya, y, lleno de un intenso gozo, se puso a cantar con voz más vibrante todavía, a través del bosque, las alabanzas al Creador de todos los seres» (Buenaventura, 2003, pág. 406).

I.        ENCUENTRO CON LOS POBRES
Fernando Uribe nos dice que «El segundo momento del camino vocacional de Francisco está caracterizado por la salida de sí mismo y la apertura al mundo de los otros, en particular al de los pobres. También aquí se da un proceso que comienza con el rechazo de ellos, pasa por una actitud paternalista y culmina en su identificación con los pobres» (Uribe, 2016).
En efecto, solo quien se ha encontrado consigo mismo, pasando todos los procesos que se tiene que pasar, es capaz de descentrarse, de una manera procesual, en favor de los últimos, de los pobres.
La vocación del joven Francisco no es una vocación intimista, sino una vocación que va creciendo por medio de la oración y de los diversos encuentros que tiene con los preferidos de Dios.

Sus cualidades al servicio de los pobres
La Leyenda de los tres Compañeros presenta al joven Francisco como un joven adornado con varias virtudes naturales, sobre todo con la cortesía en sus palabras y modales y su alegría (TC 3), siempre en relación con los pobres:
«De este nivel de virtudes naturales fue elevado al de la gracia, pudiendo decirse a sí mismo: “Pues eres generoso y afable con los hombres, de los cuales nada recibes, sino favores transitorios y vanos, justo es que por amor de Dios, que es generosísimo en dar la recompensa, seas también generoso y afable con los pobres”. Y desde entonces veía con satisfacción a los pobres y les daba limosna abundantemente» (Compañeros L. d., Capítulo I, 2003, pág. 542).
Su predilección por lo pobres hace que siempre los vea con satisfacción, pues ellos son los preferidos de Dios (Mt 25, 31-46).

Presto a ser generoso
La generosidad era algo innato en el joven Francisco. Es decir tenía esa capacidad de apertura hacia los demás, de una manera muy especial a los pobres. La práctica de esta virtud no es nada fácil, el joven Francisco lo supo:
«Mas sucedió un día que, absorbido por el barullo del comercio, despachó con las manos vacías, contra lo que era su costumbre, a un pobre que se había acercado a pedirle una limosna por amor de Dios. Pero, vuelto en sí al instante, corrió tras el pobre y, dándole con clemencia la limosna, prometió al Señor Dios que, a partir de entonces, nunca jamás negaría el socorro -mientras le fuera posible- a cuantos se lo pidieran por amor suyo. Dicha promesa la guardó con incansable piedad hasta su muerte, mereciendo con ello un aumento copioso de gracia y amor de Dios» (Buenaventura, 2003, pág. 400).

Nadie se retiraba con las manos vacías
El proceso inicial de búsqueda el encuentro con los pobres irán marcando un cambio progresivo en el interior del joven Francisco. Pues, el amor y aprecio por lo pobres lo lleva a darles no solo limosna, sino hasta sus propias prendas de vestir cuando no portaba dinero:
«Aunque ya de tiempo atrás era dadivoso con los pobres, sin embargo, desde entonces se propuso en su corazón no sólo no negar la limosna a ningún pobre que se la pidiese por amor de Dios, sino dársela con mayor liberalidad y abundancia de lo que acostumbraba. Así, siempre que un pobre le pedía limosna hallándose fuera de casa, le socorría con dinero, si podía; si no llevaba dinero, le daba siquiera la gorra o el cinto, para que no marchara con las manos vacías. Mas, si no tenía nada de eso, se apartaba a un lugar oculto, se desnudaba de la camisa, y hacía ir con disimulo al pobre a ese lugar para que por Dios la recogiera. También compraba objetos propios para el decoro de las iglesias y secretamente los enviaba a los sacerdotes pobres» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 545).
Los pobres en la mesa familiar
En la Leyenda de los tres Compañeros (TC 9) encontramos otro avance que tiene francisco en su acercamiento para con los pobres. Ahora no sólo sale para darles algo de comer o de vestir, sino que los trae a compartir la mesa familiar:
«Cuando, en ausencia de su padre, se quedaba en casa, aunque comiese él solo con su madre, partía para la mesa tanto pan como si la preparara para toda la familia. Si la madre le preguntaba por qué ponía tanto pan en la mesa, respondía que lo hacía así para poder dar limosna a los pobres, porque había hecho propósito de dar limosna a todo el que se la pidiera por amor de Dios…  Pues así como antes le gustaba salir con los amigos cuando lo llamaban y tanto le atraía su compañía que muchas veces se levantaba de la mesa a medio comer, causando gran pena a sus padres por estas intempestivas salidas, así ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a algún pobre para darle limosna» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 545).
Hay un cambio de horizonte en las relaciones del Joven Francisco.
Un pobre en Roma
El joven Francisco no solo quiere dar limosna o invitar a los pobres a la mesa familiar, sino que da un paso importante en su proceso vocacional y de encuentro: quiere experimentar la condición de ser pobre:
«Y sucedió que por entonces fuera como peregrino a Roma.  Saliendo fuera de las puertas de la iglesia (de San Pedro), donde había muchos pobres pidiendo limosna, recibió de prestado y secretamente los andrajos de un hombre pobrecillo, y, quitándose sus vestidos, se vistió los de aquél; y se quedó en la escalinata de la iglesia con otros pobres, pidiendo limosna en francés» (Compañeros L. d., Capítulo III, 2003, pág. 546).
Es una vocación verdadera la que está empezando a crecer, puesto que está abierta al Otro y al servicio de los otros.

II.      ENCUENTRO CON LOS LEPROSOS
La conversión es una gracia de Dios. Al joven Francisco le llegará la gracia de la conversión por medio del prójimo que tienen las siguientes características:
-      Es pobre entre los más pobres.
-      Es necesitado.
-      Y es leproso.
La conversión es la respuesta que da el hombre a la gracia de Dios: «El nuevo convertido, en efecto, por la acción de la gracia divina, emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (Vaticano, 2007, pág. 289).


Qué hacer para conocer la voluntad de Dios
La Leyenda de los Tres Compañeros nos introduce con el siguiente relato en esta nueva etapa de la conversión del joven Francisco:
«Hallándose cierto día en ferviente oración ante el Señor, percibió estas palabras: Francisco, todo lo que amaste carnalmente y todo lo que ambicionaste es preciso que lo desprecies y aborrezcas, si deseas conocer mi voluntad; y una vez que hayas comenzado a realizarlo, lo que antes te parecía suave y dulce se te hará insoportable y amargo, y en lo que hasta ahora hallabas repugnancia encontrarás gran dulcedumbre y suavidad inmensa»
(TC 11; cf. 2 Cel 9). Es posible que nos hallemos ante una mera construcción literaria a base de las palabras del santo en su Testamento. Lo que importa hacer notar es que el vencimiento máximo de llegarse a los leprosos fue la experiencia decisiva en el triunfo de la gracia, la que le hizo dar la vuelta, valga la expresión.
El beso al leproso
La Leyenda de los Tres Compañeros nos relata que «yendo Francisco un día a caballo por las afueras de Asís, se cruzó en el camino con un leproso. Como el profundo horror por los leprosos era habitual en él, haciéndose una gran violencia, bajó del caballo, le dio una moneda y le besó la mano. Y habiendo recibido del leproso el ósculo de paz, montó de nuevo a caballo y prosiguió su camino» (TC 11).
Para la Leyenda de los tres Compañeros el relato tiene una dinámica en cuatro momentos:
1.      Francisco va a caballo y se cruza con el leproso;
2.     baja del caballo, le da una moneda y le besa la mano;
3.     recibe un beso del leproso y monta de nuevo a caballo;
4.     sigue su camino.

Practicar la misericordia
Francisco al tener experiencia de la misericordia de Dios en su vida, transmite también esa misericordia a los que son más débiles, a los pobres de espíritu, convirtiéndose en prójimo de los más desfavorecidos de la época.
En el Testamento dice Francisco: «Y el Señor me condujo en medio de ellos [los leprosos] y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo» (Test 2-3).  


El servicio a los leprosos
El servicio a los leprosos se constituyó en una verdadera praxis de san Francisco de Asís durante toda su vida. La Leyenda de los tres Compañeros nos narra que:
«A los pocos días, tomando una gran cantidad de dinero, fue al hospital de los leprosos y, una vez que hubo reunido a todos, les fue dando a cada uno su limosna mientras le besaba la mano. Al salir [del hospital], lo que antes era para él amargo, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura. Como él lo dijo, de tal manera le era repugnante la visión de los leprosos, que no sólo no quería verlos, sino que evitaba hasta acercarse a sus habitaciones y si alguna vez le tocaba pasar cerca de sus casas o verlos, aunque la compasión le indujese a darles limosna por medio de otra persona, siempre lo hacía volviendo el rostro y tapándose las narices con las manos. Mas por la gracia de Dios llegó a ser tan familiar y amigo de los leprosos que, como dice en su Testamento, entre ellos moraba y a ellos humildemente servía» (TC 11).

La motivación cristológica
El encuentro con el leproso marcó la vida de san Francisco y lo encaminó hacia una praxis encarnada con el dolor de lo más despreciados de este mundo. Vive con y como un leproso por amor a Cristo pobre y crucificado.
Ese proceso interior es descrito por Buenaventura en la Leyenda Mayor con gran belleza y profundidad en estos términos: «A partir de entonces se revistió del espíritu de pobreza, del sentimiento de humildad y de una profunda piedad. Si antes detestaba vivamente no sólo la compañía de los leprosos sino hasta verlos de lejos, ahora, por amor de Cristo crucificado que, según la palabra profética, apareció despreciable como un leproso (Is 53,3-4), con benéfica piedad los servía humilde y cariñosamente, para alcanzar el total desprecio de sí mismo» (LM 1,6).
«No sólo el encuentro con Dios en la oración es causa de dulzura; lo es también el servicio a los demás, en especial a los más necesitados».

III.    ENCUENTRO CON EL CRUCIFICADO
Este cuarto encuentro es importante porque:
v  Le da un carácter decididamente teológico a la vocación de Francisco; si tal carácter se insinuaba en los anteriores encuentros, en éste ya no quedan rastros de dudas.
v  Es un encuentro que le da el matiz específico al Cristo que iluminó la piedad de Francisco y al cual se propone seguir; es gracias a su cambio de actitud con los pobres y los leprosos como el Pobrecillo alcanza a percibir mejor el carácter de anonadamiento que comporta la condición del Crucificado.
v  Es un encuentro que marcó de manera determinante su existencia, hasta el punto de convertirlo en un «crucificado», como afirma Tomás de Celano.
v    En cuarto lugar, es un encuentro que marca un cambio efectivo de Francisco, en cuanto lo indujo a reconstruir iglesias y más tarde a  trabajar por el Reino desde la reconstrucción de la Iglesia.
El primer encuentro con Cristo
San Buenaventura dice que «mientras un día oraba totalmente aislado y debido al gran fervor en que estaba absorto en Dios, se le apareció Cristo Jesús como un crucificado. A su vista quedó su alma derretida y el recuerdo de la pasión de Cristo se imprimió de tal manera en lo más íntimo de su corazón que, desde aquel momento, cuando le venía a la memoria la crucifixión de Cristo, con dificultad podía contener externamente las lágrimas y los gemidos, como él mismo más tarde lo declaró confidencialmente, cuando se acercaba a la muerte» (LM 1,5).



El encuentro en San Damián
El encuentro que constituyó otro de los momentos determinantes del proceso vocacional de Francisco es el ocurrido en la iglesita de San Damián. La Leyenda de los tres Compañeros narra así: «Cuando caminaba cerca de la iglesia de San Damián, le fue dicho en el espíritu  que entrara a orar en ella. Luego que entró se puso a orar fervorosamente ante una imagen del Crucificado, que piadosa y benignamente le habló así: “Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala”. Y él, con gran temblor y estupor, contestó: “Con gusto lo haré, Señor”. Entendió que se le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta antigüedad, amenazaba inminente ruina. Después de esta conversación quedó iluminado con tal gozo y claridad, que sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (TC 13).


Consecuencias del encuentro con Cristo
San Francisco estaba convencido de que el Señor le había hablado. La Leyenda de los tres Compañeros nos dice que:
«Desde ese momento quedó su corazón llagado y derretido de amor ante aquel recuerdo de la pasión del Señor, de modo que mientras vivió llevó siempre en su corazón las llagas del Señor Jesús, como después apareció con toda claridad en la renovación de las mismas llagas admirablemente impresas en su cuerpo y comprobadas con absoluta certeza» (TC 14).



IV.      ENCUENTRO CON EL EVANGELIO
«Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo» (san Jerónimo).
El Documento de Aparecida nos dice: «Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura, ‘Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo’, es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo» (Nº 247).
En las fuentes biográficas encontramos dos episodios relacionados con el Evangelio que resultaron determinantes para su vocación: uno en la iglesita de la Porciúncula, narrado por tres fuentes (TC 25, 1 Cel 22, LM 3,1), cuyos textos son en relación a la misión (Mt 10,9-10; Lc 9,3; 10,4);  y otro en la iglesia de San Nicolás, cerca del mercado de Asís, narrado por cuatro (AP 11, TC 29, 2 Cel 15, LM 3,3), textos referidos al seguimiento (Mt 19,21; Lc 9,3; Mt 16,24).
El encuentro con la Palabra en la misa
La Leyenda de los tres Compañeros nos relata con mucho detalle este encuentro:
«Cuando el bienaventurado Francisco acabó la obra de la iglesia de San Damián, vestía hábito de ermitaño, llevaba bastón y calzado y se ceñía con una correa. Habiendo escuchado un día en la celebración de la misa lo que dice Cristo a sus discípulos cuando los envía a predicar, es decir, que no lleven para el camino ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen calzado ni dos túnicas, y como comprendiera esto más claro por la explicación del sacerdote, dijo transportado de indecible júbilo: “Esto es lo que ansío cumplir con todas mis fuerzas”» (TC 25).



Obediente al Evangelio
Después de la escucha de la Palabra se producen dos cambios en el Santo: primero hay un cambio externo en san Francisco de Asís que se materializa en el despojo de su vestido de ermitaño. Y en segundo lugar, hay un cambio interno que lo impulsa a anunciar el Evangelio:
«Y, grabadas en su memoria cuantas cosas había escuchado, se esforzó en cumplirlas con alegría, se despojó al momento de los objetos duplicados y no usó en adelante de bastón, calzado, zurrón o alforja; haciéndose una túnica muy despreciable y rústica, abandonada la correa, se ciñó con una cuerda. Adhiriéndose de todo corazón a las palabras de la nueva gracia y pensando en cómo llevarlas a la práctica, empezó, por impulso divino, a anunciar la perfección del Evangelio y a predicar en público con sencillez la penitencia. Sus palabras no eran vanas ni de risa, sino llenas de la virtud del Espíritu Santo, que penetraba hasta lo más hondo del corazón y con vehemencia sumían a los oyentes en estupor» (TC 25).
La Palabra orienta la vida
La Leyenda de los tres Compañeros nos relata que: «Terminada la oración, el bienaventurado Francisco tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo (Mt 19,21).
Descubierto esto, el bienaventurado Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió esto: Nada llevéis en el camino, etc. (Lc 9,3). Y en la tercera: Aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc. (Lc 9,23) » (TC 29).



Puesta en práctica
Después de haber escuchado la Palabra dijo san Francisco a Bernardo y Pedro: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado».
Marchó el señor Bernardo, que era muy rico, y, una vez que hubo vendido todo lo que tenía y hubo reunido de ello gran cantidad de dinero, lo repartió todo a los pobres de la ciudad. Pedro cumplió también el consejo evangélico según sus posibilidades.
Abandonadas todas las cosas, se vistieron los dos el mismo hábito que hacía poco había vestido el Santo después de dejar el hábito de ermitaño; y desde entonces vivieron unidos según la forma del santo Evangelio que el Señor les había manifestado. Por eso, el bienaventurado Francisco escribió en su testamento: “El mismo Señor me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio”» (TC 29).

V.        ENCUENTRO CON LOS HERMANOS
El encuentro de san Francisco con los hermanos está íntimamente relacionado con el encuentro con el Evangelio. El encuentro con los hermanos perfeccionará el proceso vocacional del Santo. Cada hermano para Francisco es un don de Dios, y como tal manifestación del amor de Dios.
El encuentro con los hermanos es una gran oportunidad que se da en el proceso vocacional de Francisco, porque le permite compartir su carisma y espiritualidad dentro de la Iglesia.




El primer hermano
Francisco no fue un gran orador, él vive lo que predica y anuncia, comunica con gestos simbólicos los que vive en la profundidad de su alma. Es el ejemplo de su vida quien motivará el seguimiento de los primeros hermanos:
«Cuando fueron conociendo ya muchos la verdad tanto de la doctrina sencilla cuanto de la vida del bienaventurado Francisco, hubo algunos que, después de dos años de su conversión, comenzaron a animarse a seguir su ejemplo de penitencia, y, despojados de todos sus bienes, se adhirieron a él con el mismo hábito y en el mismo género de vida. El primero de todos fue el hermano Bernardo, de santa memoria. Considerando la constancia y fervor con que el bienaventurado Francisco servía a Dios, a saber, cómo restauraba con tanto trabajo iglesias derruidas y llevaba una vida tan rigurosa, en contraposición a las delicadezas con que había vivido en el mundo, resolvió en su corazón repartir todo lo que tenía a los pobres y seguirle con firmeza en su vida y modo de vestir» (TC 27).
El consejero de los hermanos: el Evangelio
Pedro y Bernardo movidos por el estilo de vida de Francisco se acercan y le dicen: «Queremos vivir contigo en adelante y conformar nuestra vida con la tuya. Dinos, pues, lo que hemos de hacer con nuestros bienes». Él se regocijó mucho de su venida y propósito y les respondió con bondad: «Vayamos y pidamos consejo al Señor». Fueron, pues, a cierta iglesia de la ciudad de Asís, entraron, se arrodillaron y humildemente rezaron… Y, terminada su oración, pidieron al sacerdote allí presente: «Señor, déjanos ver el evangelio de nuestro Señor Jesucristo».
El sacerdote abrió el libro, pues ellos no sabían todavía manejarlo debidamente. Y en el acto dieron con el texto en que está escrito: Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Al consultar otra vez el libro, toparon con el texto: Quien quiere venir en pos de mí, etc. Por último, se les presentó éste: No toméis nada para el camino (Mt 19,21; 16,24; Lc 9,3). Al oírlos experimentaron inmensa alegría y exclamaron: « ¡Ahí está lo que anhelábamos! ¡Ahí está lo que buscábamos!» (AP 10-11).

La llegada de otros hermanos
El primer biógrafo nos narra que:
« Inmediatamente le siguió otro ciudadano de Asís, digno de toda loa por su vida; comenzó santamente y en breve tiempo terminó más santamente. No mucho después siguió a éste el hermano Gil, varón sencillo y recto y temeroso de Dios, que a través de su larga vida, santa, justa y piadosamente vivida, nos dejó ejemplos de perfecta obediencia, de trabajo manual, de vida solitaria y de santa contemplación. A éstos se une otro. Viene luego el hermano Felipe, con el que suman ya siete; a éste el Señor tocó los labios con la piedra de la purificación para que dijese de Él cosas dulces y melifluas; comprendía y comentaba las Sagradas Escrituras, sin que hubiera hecho estudios, como aquellos a quienes los príncipes de los judíos reprochaban de idiotas y sin letras» (1 Cel 5).  

Los hermanos ante el Papa
El grupo de hermanos cada día crecía, por eso Francisco recurre al Papa para que le dé su aprobación y oficializar la nueva fraternidad:
 «Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor aumentaba el número de los hermanos y los hacía crecer en méritos y que eran ya doce varones perfectísimos con un mismo sentir, dijo a los otros once el que hacía el número doce y era su jefe y padre: “Veo, hermanos, que el Señor quiere aumentar misericordiosamente nuestra congregación. Vayamos, pues, a nuestra santa madre la Iglesia de Roma y manifestemos al sumo pontífice lo que el Señor empieza a hacer por nosotros, para que de voluntad y mandato suyo prosigamos lo comenzado”» (TC 46).




Es importante resaltar que Francisco no elige a sus hermanos, sino que los hermanos vienen a la Fraternidad movido por Dios. La vocación es de Dios, por eso toda vocación es sagrada y cada hermano es un don de Dios. Francisco en su Testamento dice: «Después de que el Señor me dio hermanos...» (Test 14). Esto significa que no hay una selección interesada o guiada por criterios de conveniencia egoísta sino, sobre todo, una aceptación agradecida de los hermanos como un don de Dios. En efecto, todo hermano que llega a la fraternidad es un don de Dios. 

viernes, 12 de agosto de 2016

SAN FRANCISCO DE ASÍS: UN HOMBRE DE PAZ Y BIEN


Erick Liberato L.



San Francisco de Asís (1182-1226) es venerado en todo el mundo como una de las figuras de las que más orgullosos nos sentimos no solo los franciscanos, sino todos  los seres humanos, creyentes o no. En su biografía, escrita por diferentes biógrafos, se hacen visibles y realizables una serie de sueños que “todos” arrastramos a lo largo de la vida y que cobijamos en lo más hondo de nuestro corazón: una relación tierna y amorosa con Dios, Padre y Madre de bondad infinita; un amor puro y natural a todas las cosas, nuestras “hermanas”; una alegre aceptación de la muerte como amiga que acompaña al homo viator en esta existencia; entre otros.

Todas estas características de Francisco y  su espiritualidad se ven resumidas en la “Oración por la paz”, también conocida como “Oración de San Francisco” - si bien hay que reconocer que esta oración no proviene directamente de la pluma del Francisco histórico. Sin embargo, sin la espiritualidad de san Francisco hubiera sido imposible tener una “Oración por la paz” tal cual.


Este hombre de paz y bien nace en una familia burguesa, cuyos padres son: Pedro Bernardone, y mandona Pica. Su padre era un importador de tejidos franceses. Para cuando nace Francisco su padre no se encontraba en casa. Pica alumbra a Francisco y en la ausencia de su esposo le pone por nombre Juan. Cuando Bernardone regresa de sus viajes de negocio le cambia el nombre de Juan por el de Francesco, en honor a Francia. Al respecto, el biógrafo Tomás de Celano en su Segunda Vida dirá que fue la Providencia divina quien pondrá el nombre de Francisco (Celano, 2003).

Como en las familias de entonces, la esposa era la que se encargaba de la educación de los hijos. En este sentido, Francisco recibirá de su madre una buena educación: en la fe y en valores.  El biógrafo Tomas de Celano en su segunda vida afirma lo siguiente a cerca de Pica: “Porque a los vecinos, que admiraban la grandeza del alma y limpieza de costumbres de Francisco, les respondía así, como inspirada por Dios: “¿Qué vendrá a ser este hijo mío? Veréis que por sus méritos llegará a ser hijo de Dios[1](Celano, Su Conversión, 2003). Aprendió a leer y escribir en la escuela de la ciudad llamada San Jorge. En dicha escuela se forjará un hombre con alma de artista, creativo, voluntarioso, altruista al máximo y con tendencia a imponerse sobre los demás.

Su don de ser líder, que ya lo manifestaba en su niñez, lo desarrollará en cierta medida en su juventud demostrando un trato muy humano para con el prójimo. Pues, el biógrafo Celano en su Primera Vida  lo describe como un joven alegre y expansivo por naturaleza, con talla de líder entre los amigos. Tenía buenos sentimientos y, más que generoso, era derrochador, y muy vanidoso (Celano, Su género de vida mientras vivió en el siglo, 2003). Es decir, era un joven que estaba a la moda de la época. Estas características del joven Francisco harán que tenga muchos seguidores y cómplices en los afanes de la juventud de la época.

Dice 1Cel 2 “y aunque era muy rico, no estaba atado de avaricia, sino que era pródigo”. Vemos que ya en esta parte de su juventud Francisco está encarnando lo que dice la “Oración de la paz”: “Dando es como se recibe”. En efecto, esta cualidad de Francisco de ser desprendido de las materiales lo llevará a abrazar a Cristo pobre y crucificado de manera tal que quedará totalmente unido a él. Francisco se desprendió de las cosas materiales para darse totalmente a la vida según el Evangelio. El teólogo Leonardo Boff dice:

“La economía de los bienes espirituales obedece a una lógica inversa: cuanto más damos, tanto más recibimos; cuanto más entregamos, tanto más tenemos. Cuanto más amor damos, cuanta más solidaridad demostramos, cuanto más afecto repartimos y más practicamos el perdón, tanto más ganamos como personas y tanta mayor estima recibimos. Los bienes espirituales son como el amor: al dividirse se multiplican. Son como el fuego: al esparcirse aumentan” (Boff, 2000).

Por tanto es dando como se recibe, es dando como uno se hace más humano, es dando como uno se configura con Cristo. Sin embargo, en nuestra vida personal vemos que son innumerables las veces en que se recibe mucho más de lo que se da.

Este afán por las fiestas y diversiones pronto terminará, porque Francisco quiere no solo ser el hijo de un burgués, sino que quiere algo más, busca honor y respeto en la sociedad, por eso buscando el sueño de ser caballero participa de dos guerras. La primera fue entre Asís y Perusa. En noviembre de 1201 el ejército de Asís  fue derrotado en Ponte San Giovanni, y Francisco permaneció un año prisionero en Perusa, antes de que un acuerdo de paz le permitiera regresar a su casa con su familia. En la segunda guerra se enrola con las fuerzas del Papa para luchar contra el emperador Federico II. Cuando llega a Espoleto, animado por el sueño de las armas y convencido de que su marcha a la Pulla va a tener un feliz resultado, Francisco en sueños escucha la voz del Señor que le dice: “¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor?” “El Señor”, respondió Francisco. Y el otro: “¿Por qué buscas entonces al siervo en lugar del señor?” Replica Francisco: “¿Qué quieres que haga, Señor”? El Señor le responde: “Vuelve a la tierra de tu nacimiento, porque yo haré que tu visión se cumpla espiritualmente” (Celano, Su Conversión, 2003).

Ya en casa de sus padres, la gracia de Dios está transformando la mente y el corazón de Francisco. Él es consciente que  la cautividad en la cárcel de Perusa y la enfermedad lo han vuelto ensimismado y pensativo. Que los ambiciosos proyectos de su padre no son de su agrado. La gracia de Dios lo lleva a tener actitudes muy diferentes como: buscar lugares solitarios donde entregarse a la oración. Rehuir  la vida de sociedad. Tener como casa los leprosorios. Es ahí entonces donde Francisco vive una experiencia profunda y trascendente: lo amargo se le transforma en dulzura. Las náuseas producidas por la visión de la lepra se le tornan compasión, y siente una sensación nueva: encuentra alegría, más aún, dulzura y ternura. Esta experiencia profunda que tiene con Dios y con los leprosos (1205) lleva a Francisco a dar un cambio radical en su vida de cara al Evangelio, siendo hoy en día considerado como el hombre de la paz y bien.

Francisco de Asís es el hombre de paz y bien. En efecto cumplió varios gestos que le merecen el ser considerado como icono de todos aquellos que anhelan ardientemente la paz y trabajar por construirla: su intervención a favor de la paz en Arezzo y en otras ciudades (cf. 2Cel 108; Fl 11), el episodio del lobo de Gubio (cf. Fl 21), la reconciliación con los ladrones de Montecasale (cf. LP 115), la reconciliación entre el Obispo de Asís y el Podestá de la misma ciudad (cf. LP 44), el encuentro con el Sultán Melek el Kamil durante las cruzadas (cf. 1Cel 57), el saludo de paz que usaban los frailes revelado por el Altísimo a san Francisco (cf. Test 23), y el canto de la armonía de la creación, cantada por el santo de Asís en el Cántico de las Criaturas (Rodríguez Carballo, 2011) .

Francisco es tan pobre que sólo tiene a Dios y ello le lleva a encarnar “en modo ejemplar la bienaventuranza proclamada por Jesús en el Evangelio: ‘Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios’ (Mt 5, 9). El testimonio que él dio en su tiempo lo hace natural referencia para cuantos hoy cultivan el ideal de la paz, del respeto por la naturaleza, del diálogo entre las personas, entre las religiones y las culturas”. Francisco, en palabras de Juan Pablo II es “el apóstol de la paz”.


La paz y el bien, al estilo de Francisco, no se construye sólo a través de la diplomacia y de la política, sino sobre todo a través de un movimiento espiritual que encuentra en la oración su punto culminante. La paz es un don de Dios y hunde sus raíces en el corazón de cada uno: “La paz que anunciáis con la boca, tenedla todavía más abundante en vuestros corazones”, decía san Francisco a sus hermanos (Tres Compañeros 35). En efecto, es en la oración donde nos descubrimos hermanos, la oración nos libra del egoísmo, del odio y de la venganza, en la oración construimos la paz dentro de nosotros mismos y fuera de nosotros. Es en la oración donde orientamos nuestras vidas hacia el bien.


En el pobre Francisco hay que buscar al Dios que de la misericordia, de la paz y el bien, de la ternura y de la compasión. En el atormentado Francisco - por los dolores de su enfermedad y las llagas - hay que indagar sobre aquello que lo llenó de esplendor y lo fundió con una mirada y una confianza en algo imponderable, innombrable, absolutamente poético. Quizá en Francisco podríamos encontrar aquello que se despliega como una suerte de acontecer de la verdad y que es de una hermosura tan tremenda que sólo los pintores como Giotto, y el color azul, atisbó a mostrarlo.


Bibliografía

Boff, L. (2000). Porque es dando como se recibe. En L. Boff, La Oración de San Francisco. Un mensaje de Paz para el mundo de hoy (pág. 129). Bilbao: Sal Terrae.
Celano, T. (2003). Su conversión. En J. Á. Guerra, San Francisco de Asís. Documentos y Biografías de la época (pág. 250). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su Conversión. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías de la época (pág. 251). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su Conversión. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías Documentos de la Época (págs. 252-253). Madrid: BAC.
Celano, T. (2003). Su género de vida mientras vivió en el siglo. En J. A. Guerra, San Francisco de Asís. Escritos y Biografías de la Época. (pág. 164). Madrid: BAC.
Rodríguez Carballo, F. (2011). El Espíritu de Asís nos Interpela. Roma.






[1] Se tiene que tener en cuenta el objetivo por el que Escribe Tomás de Celano la Segunda vida de Francisco, puesto que en la Primera Vida Celano dirá que Francisco será educado por sus padres de manera licenciosa (1Cel 1) es decir que era atrevido y carente de moralidad. 

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